Benito Arias
¿Qué voy a recordar de Yoga, de Emmanuel Carrère? Me temo que retendré en la memoria la decepción que deja una obra con un buen arranque y un buen desarrollo a lo largo de dos tercios del libro, pero que de pronto se estrella contra el buenismo y la falta de ideas. Es una ley de obligado cumplimiento que en los libros el final ha de ser mejor que el principio. En caso contrario, el lector va a renegar del producto. Por poner otro ejemplo reciente en mi propia experiencia, la mejor novela de ciencia ficción de la historia (para algunos), Dune de Frank Herbert, empieza muy bien, se mantiene a duras penas y es una tortura acabarla. Así también la irregular propuesta de Carrère, que es ensayo y novela autobiográfica al mismo tiempo, una novela del yo, pero con censura al dejar fuera de la trama principal el motivo de su crack-up (una ruptura sentimental que por razones contractuales no puede incluir en el relato), y por ello acaba despeñándose por una pendiente imputable únicamente al propio autor, a las expectativas que va creando, a sus recursos novelísticos, a la tensión que se alza para acabar en nada.
Hay tres partes fundamentales en el libro: el yoga y la meditación por un lado, la depresión por otro y la salida de su crisis en los capítulos finales. El proemio meditabundo está bastante logrado, porque cuenta con jugoso detalle y sin santurronerías su experiencia con el yoga, el silencio, el taichi, en fin, los orientalismos tan de moda entre nosotros, y uno llega a la conclusión de que todo ello es perfecto para aligerar la mente y sanar del estrés o las tensiones cotidianas (si no son muy severas) aunque como filosofía sabemos que es una radical e irracional incongruencia, incluso deleznable desde un punto de vista social, ya que genera ciudadanos pueriles e irresponsables como muestra el propio Carrère con esa imagen de los yoguis suizos impertérritos ante el desastre del tsunami en Sri Lanka. De todo ello, y con equilibrio, da buena cuenta el autor con anécdotas iluminadoras sobre pánfilos de sonrisa perenne viviendo en las urbes occidentales o visitando los lugares sagrados del budismo para sumarse al éxtasis naranja como un monje más. En fin, en todo caso la idea de pararse, pensar un poco o no pensar en nada, dejar atrás la ira y la indignación no vendrían mal a casi nadie; aunque para ello no hacen falta cojines especiales ni esterillas, basta por ejemplo con una buena película, salir a correr o ver a los amigos. Hasta donde me resulta posible interesarme por algo hacia lo que siento un obstinado rechazo (el yoga), el libro de Carrère logra mantenerme proclive y hasta curioso y dispuesto a la tregua.
Luego llega la caída, la depresión no explicada, el sanatorio, el tratamiento eléctrico, la desolación y el relato de su manía. Debo decir que aquí empiezan los problemas, ya que ni de lejos se acerca a testimonios como el de William Styron en Esa visible oscuridad; pero bueno, sigue siendo honesto y sincero, cuenta cómo le ha ido a él en la negrura de su noche, y sigue interesándonos.
Pero al final llega la salida, y debo advertir que las cien páginas finales parecen escritas para rellenar y terminar, porque su interés es nulo. No nos interesan nada sus andanzas en el campo de refugiados de una isla griega, ni los personajes que allí conoce (adolescentes la mayoría, y en mi opinión nadie en su sano juicio tiene contacto con adolescentes a los 60 años si no es por obligación laboral o familiar), luego entona una loa a su editor, extrae unas consecuencias desmedidas de una anécdota liviana sobre su manera de escribir a máquina en relación con su literatura y, en fin, acaba, no sabemos muy bien por qué, seguramente porque había llegado ya a las 300 páginas.
Resulta preferible El adversario, en todos los sentidos, y supongo que también otros libros anteriores, pero no he leído nada más. Yoga es un libro que hubiera resultado interesante si le hubiera quitado toda la urdimbre políticamente correcta y new age de la que ha estado renegando por escrito, y que al final se le cuela con banal sentimentalismo. Aún más, esta novela (digamos) hubiera resultado mucho más verdadera si, como estaba planeado y exigían las circunstancias, la fracasada relación amorosa hubiera comparecido ligada a la desesperación del autor, su depresión y la escritura de esta catársis. Los motivos por los que no fue así están ahora en todos los periódicos, y parecen pesar más que el propio libro fatalmente mutilado de ellos.