Benito Arias
Primera novela que leo de Natalia Ginzburg, una de esas autoras invocadas al calor de la llamada literatura femenina, no sé si es momento de plantearnos qué es eso, si tiene rasgos propios o si es un invento de las revistas... A muchos lectores les suelen incomodar las etiquetas porque quieren creer que la literatura es una sucesión de obras únicas; y los críticos por su parte caen a menudo en el dogmatismo de confundir sus revelaciones con ideas platónicas. El caso es que si la literatura escrita por mujeres y según el tópico suele tratar temas relacionados con la intimidad, esta novela de Natalia Ginzburg sería literatura femenina canónica. Naturalmente, ni todas las mujeres que escriben son iguales ni este tema es privativo de ellas; pero por lo que he ido comprobando al leerla, no estaría en mala compañía junto a Edith Wharton, Doris Lessing, Paula Fox, Anita Brookner, Ann Tyler, Elena Ferrante y tantas otras magníficas escritoras que, como la Ginzburg, han dirigido sus textos hacia el interior de sus personajes, mediante un sutil examen de ese "entredós" que cose a las pequeñas relaciones, el de las parejas, los amigos o las relaciones familiares.
Esta novela de 1973, con poco más de doscientas páginas, se lee con agilidad porque está muy bien escrita, así como traducida por Carmen Martín Gaite, a la que podría haber incluido con todo derecho en la enumeración anterior de "almas gemelas" de la Ginzburg. Se trata de una novela casi epistolar con algunos tramos narrativos que contextualizan las cartas. En éstas se profundiza en el carácter de tres personajes principales: Adriana, la madre de Miguel, Angélica, hermana de Miguel, y Mara, una chica que ha tenido un hijo que podría ser o no de Miguel. Hay bastantes personajes más, algunos incluso escriben también cartas; pero éstos son los más destacados. Los otros son referidos y narrados por los escribientes o por la narradora, y los conocemos indirectamente, a veces con distintas perspectivas. El personaje central es Miguel, un joven de veintipocos años que ha dejado Italia en circunstancias algo turbias para instalarse en Inglaterra. Tiene un pasado de activismo político de izquierdas, una sexualidad dudosa (la hipótesis de la homosexualidad o la bisexualidad salta de carta en carta) y un atractivo tan fuerte que enamora de una u otra manera a casi todos los que llegan a conocerlo: favorito del padre, de la madre, de las hermanas, de amigos y amantes, deja una profunda herida en todos ellos, ya que por su parte sólo va de un lado para otro llevado de inclinaciones pasajeras. Para compensarlo, lee a Kant: nada menos que la Crítica de la razón pura.
Uno de los rasgos más curiosos de la novela es que los sucesos más impactantes, las grandes revelaciones, nos caen sin avisar y como a traición. Teniendo en cuenta que la mayor parte del relato consiste en un análisis de la cotidianidad de distintos personajes, cada uno con sus manías y un carácter que se define por enumeración y comentario de pequeños sucesos, conviene estar sobre aviso, no se nos vaya a escapar por ejemplo que Miguel atropelló en una ocasión a una monja y la dejó muerta, como cuenta en un momento dado la mezquina Mara. Es un ejemplo; pero hay muchos más.
La novela transmite una profunda tristeza, y a la vez inteligencia. Son las dos cualidades más respetadas por los personajes valiosos de la novela, y seguramente traducen una inclinación de la propia autora, que demuestra un gran arte al urdir el relato, un conocimiento sorprendente de la psicología humana y una melancolía por desgracia insuperable.
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