lunes, 22 de mayo de 2023

PHILIP ROTH (sus novelas)

 


Benito Arias

   Después de ver un estupendo documental centrado en Philip Roth (creo que es de 2011 y pertenece a la serie American Masters), me han entrado ganas de repasar algunos de sus libros de ficción,  hacer un recorrido por sus novelas más destacables. El documental tiene ese efecto, porque el propio autor delante de la cámara va seleccionando y haciendo desfilar su obra, leyendo algunos pasajes y hablando de esto y aquello, con muy buen tono, como siempre, y vuelve a incidir en la paradoja de que lo tengamos por vividor y afortunado cuando se ha pasado la vida de pie (así es como escribía) revisando sus papeles y tardando dos o tres años en terminar cada uno de sus libros.

   A Philip Roth empecé a leerlo en la adolescencia, con aquel horrendo tomo de Bruguera Club titulado entonces El lamento de Portnoy (1969), luego retraducido como El mal de Portnoy. Esta novela la recuerdo tan divertida como dice todo el mundo; pero no me han dado ganas de volver a leerla hasta ahora, todo sea dicho. El motivo es que en ella encontramos lo mejor y lo peor de Roth, su lado narrativo, especulativo y disparatado por una parte; por otra la obsesión con el judaísmo. En estas líneas quiero ir separando, con arreglo a esta distinción, y una vez aclarado que no he leído todos sus libros, aquella parte de su obra más alejada del conflicto religioso, moral y familiar que implica el ser judío norteamericano (para mí lo más cansino y ajeno de Roth), lo que en la práctica redunda en destacar las diez o doce novelas que para mí son indispensables de este autor.

   Justo después del Portnoy se inicia el ciclo de "Zuckerman encadenado", que es como reunió una serie de novelas protagonizadas por su alter ego Nathan Zuckerman (único heterónimo que reconoce inspirado directamente en su propia vida, quien por cierto no protagoniza grandes escenas sexuales, al contrario que los otros, David Kapesh o Mickey Sabbath). La cuatrilogía abarca: La visita al Maestro (1979), uno de sus mejores libros para mi gusto, muy bien traducido por Mireia Bofill en Argos Vergara a pesar de haber soslayado el sugerente título original, The Ghost Writer; y continúa con Zuckerman desencadenado (1981, cuya primera aparición en castellano, en muy buena traducción también de Jesús Zulaika, responde al título La liberacion de Zuckerman), para terminar con dos obras que se publicaron originalmente por separado pero que en España salieron juntas: La lección de Anatomía (1983) y La orgía de Praga (1985). Aquí nos encontramos ya con el Gran Maestro de sus traducciones al castellano, Jordi Fibla (se ha encargado de 19 de sus libros), prácticamente su traductor oficial, posición que ha compartido en los últimos años con Ramón Buenaventura. La tetralogía sobre las cadenas de Zuckerman se centra en un autor que ha tenido un gran éxito con una novela de gran impacto mediático, superventas y motivo de críticas feroces, titulada Carnovsky, lo que le ha supuesto un encadenamiento muy particular. Desde luego, no hay que dar muchas vueltas para ver que Roth está siendo muy juguetón (y postmoderno) al establecer los puentes entre la ficción y la realidad, ya que hasta un personaje ficticio como Portnoy tiene un sosias en la, digamos, metaficción. La visita al Maestro es una novela de escritores, donde se asiste al duelo entre el joven alumno, fantasma o "negro", Zuckerman, con el Maestro (un trasunto de Isaac B. Singer, tal vez, o de Saul Bellow y sus amantes en flor, o quizás Malamud o una mezcla de todos ellos pasada por la simulación y la invención siempre muy viva en Philip Roth). La lección de anatomía hace frente a los dolores que atenazaron realmente durante décadas a Roth en la espalda, siendo por ello algo desesperante, mientras que La orgía de Praga puede considerarse un divertimento inspirado en sus viajes a Checoslovaquia, un juego que alude a la interesante relación entre dos autores muy conectados, Roth y Kundera (aprovecho para recomendar la mejor entrevista que ha concedido Kundera, se halla en el volumen de Roth titulado El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, de 2001).

   El mismo carácter de divertimento, esta vez en clave kafkiana, hay que reconocer en la introducción de otro personaje, más obsesivamente ligado al instinto sexual que Zuckerman, se trata del profesor David Kapesh, protagonista de El pecho (1972), una fantasía muy poco interesante en mi opinión, pero todo mejora en El profesor del deseo (1977) y sobre todo en la estupenda novelita corta El animal moribundo (2001), en un tono trágico que permite la conexión con otra de las novelas cortas del final de la carrera de Roth, donde condensa lo mejor (y algo de lo peor) de su escritura: La humillación (2009), que está fuera de los ciclos de personaje pero que por su brevedad es una buena introducción a lo que se puede esperar de su escritura.

   Otra cala en nuestro recorrido debe ser la dupla Mi vida como hombre (novela de 1974) y Los hechos (memorias de 1988). Cuentan parcialmente lo mismo, el primer matrimonio de Roth, que fue un completo fracaso, como deja bien claro, primero en la ficción y luego con "los hechos". Leídos en orden, el libro de memorias resulta algo redundante, a pesar de que abarca más sucesos que la novela. El objetivo de las memorias era confrontar la invención con la realidad y demostrar que una novela es una novela, y aunque pueda estar inspirada en la vida, no es la vida misma. Se trata de un experimento literario completamente exitoso.

Sin embargo, cuando vuelva Zuckerman en la novela The Counterflife (1986, traducida como Zuckerman liberado, por Jordi Fibla en Versal o La contravida por Ramón Buenaventura en Seix Barral), nos hallaremos ante una irritante divagación obsesiva en que el judaísmo y las claves familiares del propio Roth están muy (demasiado) exagerados: un hermano mayor, un matrimonio con una inglesa, viajes a Israel... Ni los asuntos sexuales del supuesto hermano convertido al judaísmo más sectario ni la mixtificación propia de la literatura logra hacer que remonte esta novela demasiado anclada en las obsesiones particulares de Zuckerman, el interminable conflicto de los judíos norteamericanos con el sionismo. Al parecer, lo mismo cabe esperar de Operación Shylock. Una confesión (1996), que aún no he abierto. Sin embargo, cuando Roth se entrega sin más a la autobiografía suele acertar, era el caso de Los hechos ya comentada, o de Patrimonio. Una historia verdadera (1991) sobre su relación con su padre y que le sirve para aclarar que el supuesto conflicto del escritor Zuckerman con su padre por sus críticas al judaísmo es exclusivo de ese personaje, ya que el suyo siempre lo apoyó en su dedicación a la literatura. Interesante acotación que nos revela que Zuckerman como decíamos está inspirado en su vida pero no es el propio Roth tal cual. Cuando Roth quiere hablar directamente de sí mismo lo hace en estos términos.

   También de los años 90 es una novela algo especial: Engaño (1990), centrada en las conversaciones entre un escritor y su amante donde asistimos como espectadores a unas jugosas reflexiones dialogadas sobre la vida, la escritura y el amor. Eso sí, hay que huir como casi siempre de la película, ya que todas son un desastre, especialmente la de Isabel Coixet, que adapta con errores de todo tipo (no siendo el menor el del reparto) El animal moribundo, dándole sin embargo el título de otra magnífica novela de Roth sobre la muerte, fuera de ciclos: Elegía (2006). En fin, todas las películas basadas en libros de Philip Roth, en mi opinión, son un despropósito.

   La cúspide de la producción de Philip Roth suele considerarse que es la trilogía compuesta por Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000). Yo no estoy del todo de acuerdo. En primer lugar, porque igual debería incluirse en esta supuesta cúspide la novela anterior, El teatro de Sabbath (1995), y en segundo porque, aun siendo todas ellas buenas novelas, de lo mejor de su producción, Pastoral adolece de un excesivo acercamiento a la idea de La Gran Novela Americana, y no de modo irónico como en la que publicó con ese título en 1973, bastante normalita, por cierto, y de ahí quizás el irónico título (o será porque trata de béisbol). En todo caso, Pastoral se acerca al tema de la consigna: América y los americanos, la América mestiza y en conflicto permanente, también en este caso la América posterior a la traumática guerra de Vietnam. Su localismo podría resultarnos algo ajeno a los lectores extranjeros. Algo parecido pasa con la segunda, así que saltaré a la que para mí es la mejor obra de este autor, La mancha humana, que he leído varias veces y me parece la síntesis de lo mejor que ha dado su escritura. Entre sus aciertos, el que incluya tangencialmente al personaje de Zuckerman en una trama que no le pertenece, o la imbricación con los escándalos políticos que entonces sacudían al presidente Clinton. En general, es una magnífica historia sobre la identidad y el secreto, el amor entre personas profundamente heridas y la cruel intervención de los convencionalismos para crucificar socialmente a los espíritus libres. La anécdota que la sostiene, hermanada con Desgracia de Coetzee, como es sabido, sigue siendo de una actualidad tremenda en las sociedades de la cancelación y la tiranía de las ideas liberadoras "de" esto o lo otro, esas ideologías que olvidan que hay también una "libertad para" tanto o más importante. Pero claro, Isaiah Berlin no entra en los planes de estudios de las universidades actuales, según parece. 

   En el nuevo siglo, Philip Roth como antes su colega Bellow apuesta por la brevedad (no tanto por el cuento como por las novelas cortas); pero antes se despide de la novela tradicional con una incursión en la ciencia ficción del tipo "historia alternativa", La conjura contra América (2004), que es digamos más "normal" en otro sentido: se trata aquí una trama ajena a su propia vida y podríamos decir que es un estudio de las posibilidades de la realidad, vamos, lo que tradicionalmente ha sido una novela.

   Entre las brevedades finales, mi preferida es Sale el espectro (2007), la despedida de Zuckerman, pero la verdad es que todas ellas son buenas novelas: Indignación (2008), La humillación (2009) o Némesis (2010), que por conveniencias comerciales se han editado como trilogía sin serlo. 

   En 2012 anunciaba Philip Roth que dejaba de escribir. En 2018 se nos iba definitivamente uno de los mejores novelistas americanos, por supuesto que sin el Nobel y envuelto en la necia polémica de la corrección y la cansina contaminación mutua entre vida y obra de los autores, algo que en el terreno del ensayo o la filosofía puede tener algún recorrido; ¿pero en la ficción, donde la tesis es siempre una hipótesis y el relato un juego de posibilidades?

sábado, 18 de febrero de 2023

CEREMONIAS MACABRAS (T. E. D. Klein, 1984)

 


 Benito Arias

   En inglés tiene un título más sencillo: The Ceremonies, y una portada más siniestra y adecuada a la trama; pero al fin y al cabo es una obra de terror contemporáneo (bueno, de los ochenta del siglo pasado) y esta época está marcada por dos nombres: Lovecraft (influencia) y Stephen King (producción), con los cuales sí que sintoniza plenamente. Ambos nombres pueden relacionarse en un primer momento con T. E. D. Klein (1947), el primero porque es su principal influencia reconocida, el segundo porque es su contemporáneo y para muchos el referente del género en la época. En sus entrevistas recuerda Klein que cuando dirigía la revista The Twilight Zone Magazine, de 1981 a 1985, el hecho de poder incluir un relato de King significaba incrementar notablemente las ventas, y cómo los editores presionaban para contar con él en la portada. Sin embargo, la forma de escribir de uno y otro tiene poco que ver. Ninguna fatuidad en Klein, pocas concesiones al infantilismo narrativo, y hay que olvidarse de la velocidad de crucero al leer simplonas páginas intrigados por lo que va a ocurrir (aunque se recojan con pelos y señales derivas sin sustancia, algo tan molesto en el caso de King). No es ese el plantemiento de T. E. D. Klein, que construye una novela morosa, muy dilatada, rondando las 600 páginas en la edición original aunque en la española no llegue a unas densas 500, con un estilo donde se cruzan varias tramas y técnicas narrativas. Por fortuna cuenta con una eficaz traducción de Albert Solé, un sólido valor de la editorial Martínez Roca en aquella época.

   Klein comenzó su relativamente escasa carrera (una novela, cinco novelas cortas, una decena de cuentos y un grueso tomo de ensayos y misceláneas), carrera que por cierto él da ya por terminada, con una novela corta o relato largo espléndido: The Events at Poroth Farm (1972), ahora reeditado en una edición ampliada del volumen Reassuring Tales (2021), en el que recoge mediante la técnica del diario las sobrenaturales amenazas sobre un joven profesor neoyorkino que se marcha al entorno de un pueblo algo apartado como inquilino en la granja de los Poroth, un matrimonio de su edad y sin hijos, para dedicar su verano a leer literatura de horror clásica a fin de preparar unos cursos. La fusión de opiniones sobre la literatura gótica y la serie de sucesos cada vez más extraños, acordes con lecturas como El pueblo blanco de Arthur Machen, es llevada a cabo de manera muy económica y realmente efectiva. En Ceremonias macabras alarga la idea de esta narración inicial extendiendo la amenaza al modo de Lovecraft hacia el llamado horror cósmico con la invocación de cierta entidad maléfica que se pretende traer al mundo mediante unas extrañas ceremonias. En la novela hay mayor proximidad a los personajes, que ahora son muchos más, y ofrece una larga descripción de la vida en comunidad (fanáticos religiosos seguidores del profeta Jeremías), aproximándose así a lo que hoy se conoce como Folk Horror

   El estilo de Klein es detallista, tal vez en exceso, la sensación que deja después de su lectura es de perfecta ejecución: ningún cabo suelto, nada de alusiones sin conectar a la trama. El autor ha trabajado a fondo el argumento y lo ha expusto hasta el último detalle: los personajes, la mitología, la comunidad y sus ritos, en fin, todos los aspectos que aparecen a lo largo de esta ambiciosa novela, declarada por S. T. Joshi un auténtico "hito" de la ficción weird contemporánea (aunque con un limitado éxito de ventas). Cabe preguntarse por ello si el hecho de que no haya publicado más, y que la segunda novela ampliamente trabajada durante años vaya a quedar al parecer inédita, es precisamente una consecuencia de este perfeccionismo, padre de grandes obras y de amargos abandonos.

   Como casi todo el que se acerca a la obra completa del autor, prefiero las ficciones de extensión intermedia, tanto su primera novella como las otras incluidas en Dark Gods (1985), de las que tres pueden leerse en antologías de la época, también en España. Suele mezclar eficazmente tramas de verdadero espanto, con amenazas muy físicas y materiales, junto al goticismo alusivo y de terrores ambientales que tanto practican los clásicos del género. Sigue la estela de los clásicos, y en especial del Lovecraft maduro, no el que describe los espantos con su sobrecarga descriptiva (Klein es consciente de que es mayor el efecto si éste se dosifica) sino el que prepara magistralmente la eclosión final en el "periodo realista" que inició a fines de los años veinte del siglo pasado. A algunos podría parecerles que en Ceremonias macabras la dilatada postergación del desenlace no se compadece bien con la abrupta conclusión; no es mi caso, creo que el balance está bien medido y que al final consigue dos o tres escenas impactantes que quedan para siempre en el recuerdo del lector.

   Del periodo final del siglo pasado, cuando nos preguntemos por la buena literatura de terror que se ha escrito en él, no creo que debamos responder con el nombre de Stephen King y su legión de imitadores, sino con unos unos pocos y oscuros secundarios que muy pocos leen ahora, pero que son los tocados por el imperativo del estilo: pienso sobre todo en Robert Aickman, cuya magnitud está ahora mismo comprendiéndose por fin, seguido de un selecto grupo donde destacan el primer Ramsey Campbell, sobre todo con sus cuentos, a veces M. John Harrison (si no se obstina en contar en 40 páginas lo que estaría mejor en 10) y por supuesto Thomas Ligotti, que en mi opinión es demasiado irregular. Pues bien, el americano Theodore "Eibon" Donald Klein merece figurar con todos los honores en este selecto grupo, primero por sus relatos y ensayos; pero también por esta novela ambiciosa e impactante.

sábado, 14 de enero de 2023

DEJAR DE LLAMARTE (Vicente Ruiz, 2017)

 

Mayte Padilla

   Mi postre fetiche es el tiramisú. Me encanta comerlo, y me precio de saber prepararlo con óptimos resultados porque aprendí de una amiga italiana. Suelo pedirlo en cualquier restaurante que lo ofrezca en su carta para, tras una minuciosa cata, proceder a encuadrarlo en mi ranking personal.

  Tres elementos clave componen un tiramisú canónico: la crema, en la que el azúcar no debe enmascarar el sabor del mascarpone hasta el punto del empalago; el bizcocho, con cierta consistencia pero mejor si no es excesivamente grueso, humedecido lo justo en la mezcla alquímica de café y amaretto para que resulte estimulante y caliente el paladar; y el cacao, amargo, áspero, para hacer destacar por contraste la suavidad del resto de los ingredientes.

    Dejar de llamarte, la primera novela de Vicente Ruiz, publicada en 2017, es un delicioso tiramisú artesanal. Caeré en el chiste fácil: es el tiramisú de la abuela, ese postre que, aunque sencillo en su elaboración y presentación, desafía por su sabor y textura a cualquier compleja elaboración del más reputado chef.

   Así, esta autoficción en la que una mujer a punto de alcanzar su madurez rememora la figura de su abuela, fallecida recientemente, se compone de tres partes; y me hizo atravesar, como lectora, por tres estados de ánimo.

   En la primera parte la protagonista, Noelia, pasea por Valencia mientras recuerda su infancia, preñada de descubrimientos: la música, el barrio, los placeres estivales, las rutinas caseras…, bajo los cuidados cariñosos pero no condescendientes de su abuela, omnipresente en el papel de matriarca de una familia en la que los hombres apenas tienen presencia. Diría que brillan por su ausencia si no fuera porque no hay subrayados en esta historia. Todo se enuncia con una sencillez desarmante.

   Esta primera parte es la crema de mascarpone. Podría haber sido convencionalmente dulce en su bosquejo de una infancia no ideal, pero esencialmente feliz; podía haber quedado insípida al abundar en la descripción de una ciudad ajena, que no atrapa y que en mi opinión es lo más olvidable de la novela. Es un momento en que aún se observa a esa niña, y a la narradora adulta, desde fuera, de forma que sus peripecias apenas nos interpelan, más allá de las coincidencias generacionales. Sin embargo, la narración tiene la virtud de mantenerse fluida, ligera, gracias a un uso del lenguaje rico pero sin florituras, y te va atrapando en su corriente: es una crema no especialmente sabrosa pero perfecta para amalgamar lo que vendrá después.

   La segunda parte es el cuerpo de la historia: el bizcocho. Conocemos a la Noelia adolescente, y en su primera juventud cuando, paradójicamente, su vida queda ya irremediablemente ligada a la de la abuela octogenaria con la que se queda a vivir cuando la madre inicia una nueva relación de pareja. El eslabón materno queda un tanto al margen de la ecuación, a la búsqueda de su propia historia, y abuela y nieta quedan juntas, solas. Buena, solas no. Está la Tula, personaje entrañable y con entidad propia.

   El desfase vital entre la joven y la anciana agudiza las aristas de la convivencia, y el autor nos lo muestra sin tremendismos ni morbo, pero sin paños calientes, con un discurso fuerte como un café cargado. Los avatares profesionales de la protagonista reflejan los de toda una generación que ha crecido en la precariedad. Noelia toma cuerpo como personaje cercano, interesante en sí mismo, debatiéndose entre una vocación literaria nunca culminada, la certeza de que su proyecto vital va a contratiempo del de sus amigos (delicioso amaretto esa Victoria, la amiga incondicional que ofrece siempre las risas y lágrimas justas), la incertidumbre sobre la propia esencia y el reflejo de los actos propios sobre el entorno.

   Es en la descripción de las contradicciones y las limitaciones de una vida en la que cada elección supone una renuncia cuando la novela coge vuelo. De nuevo con una aparente sencillez estilística, los dos hilos temporales de la historia, el de la Noelia presente, y la que aún convivía con la anciana, muestran con desnudez, sin énfasis ni falsas modestias, las pequeñas alegrías y renuncias de todos los días. Es el momento en que la novela se revela como un trozo de pura vida, de vida de verdad, y la conciencia de que podría ser la nuestra nos embriaga como las gotitas de amaretto.

    Ojalá su horizonte de esperanza sea el nuestro también.