José Miguel García de Fórmica-Corsi
Javier Marías es uno de esos escritores que considera que
la primera frase de una novela nunca puede parecer casual; bien al contrario,
que debe definir un tono o actuar de motor argumental: en cualquier caso, no
dejar indiferente al lector y estimular su interés desde el mismo comienzo. Berta
Isla es buen ejemplo: «Durante un
tiempo no estuvo segura de si su marido era su marido…». Ese hombre a quien
se refiere es Tomás Nevinson, nacido y criado en España pero de padre inglés y
con un completo dominio no solo de sus dos lenguas maternas sino de toda clase
de idiomas y acentos, lo cual acabará revelándose una maldición. Reclutado en
su juventud por los servicios secretos ingleses a causa de un turbio episodio
sucedido durante sus estudios universitarios en Oxford, Tomás se casa con su
novia de instituto, la Berta Isla del título, con la que tiene dos hijos,
llevando siempre una doble vida de la cual su esposa apenas sabrá nunca nada,
por cuanto él no puede revelar el menor secreto (es más, si ella descubre su
condición de espía es por una desagradable experiencia personal en su propio
hogar madrileño, en la que fue amenazado su hijo pequeño). Un buen día, Tomás
marcha a realizar una de sus misiones, y se desvanece de la faz de la tierra,
sin dejar la menor noticia, hasta el punto de que Berta es declarada
oficialmente viuda. Ahora bien, el arranque del libro no ha dejado lugar a
dudas: en algún momento, el desaparecido reaparecerá.
La última novela de Javier Marías entrecruza referencias
que serán muy familiares a quienes frecuentan su obra, y asimismo remiten a
creaciones suyas anteriores. La trama reelabora un argumento por el que siente
devoción: la súbita ausencia de un hombre que parece desvanecerse en el aire.
En su editorial Reino de Redonda, ha publicado dos de las mejores variantes de
esa historia, que como es natural menciona en diversas ocasiones a lo largo de
su propia novela, y que no es la primera vez que le ayudan a componer materia
novelesca: El coronel Chabert, de
Honoré de Balzac, y la menos conocida pero aún mejor El marido de Martin Guerre, de la estadounidense Janet Lewis. Si ya
la primera (como publicitó ampliamente en su momento la editorial) tenía gran
importancia en su previa novela Los
enamoramientos, la última es ahora la principal fuente de inspiración de Berta Isla, por la importancia de la
perspectiva del personaje que se queda,
la esposa, es decir, aquella cuyo mundo, sin haberse movido del mismo
escenario, se ve transformado por la ausencia, lo que tal vez sea la peor de la
metamorfosis: cuando las circunstancias exteriores siguen siendo las mismas,
pero aun así todo parece distinto.
Finalmente, Berta
Isla tiene mucho que ver con el Ciclo de Oxford, y en especial con el
tercero de los títulos que componen esta trilogía, Tu rostro mañana, de la cual se retoman ambientes (la ciudad
universitaria donde Nevinson es captado) y personajes (sobre todo, su jefe, el inquietante
manipulador Bertram Tupra, al que tantas páginas desbordantes de incómoda
revulsión debe ese libro).
Al contrario que las otras dos nouvelles, Marías narra la historia desde ambas perspectivas, la
masculina y la femenina. Esto supone un gran acierto, amén de una
interesantísima forma de contraponer su planteamiento a los de Balzac y Lewis.
Así, la doble estructura permite saludables cambios de tono y argumento cuando
la historia parece incurrir en la falta de progresión, pero sobre todo permite
mostrar las dos miradas diferentes sobre el mismo hecho. El escritor consigue
equilibrar el interés de ambas narraciones, variando además con inteligencia la
persona del relato cuando es Berta quien ocupa el primer plano, mediante la
narración subjetiva, un buen recurso para mejor identificar al lector con la
perspectiva más identificable, con el
hiriente dolor que nos causa lo inexplicable. Berta Isla sufre por haber
perdido sin saber; Nevinson, obligado a desaparecer, a dejar de vivir la vida
que llevaba, sufre por todo lo contrario: sabe por qué ha perdido lo que tuvo
pero no puede cambiarlo. En este sentido, la novela supone una estimulante
vuelta de tuerca a la odisea que sufre el protagonista de otro relato que
también aborda, de modo genialmente alucinatorio, el mismo planteamiento: Wakefield, de Nathaniel Hawthorne.
Berta Isla abusa
menos de la devoción de Marías por la circunvolución (quien haya leído Tu rostro mañana sabe a qué me refiero),
y por ello tal vez pueda decirse de ella eso tan resbaladizo de que es una
novela más «accesible». Posee vaivenes de interés, es cierto, pero los compensa
sobradamente con una soberbia parte final: Marías es un escritor que sabe cómo
encaminar una historia hacia su conclusión. Y del mismo modo que su novela publicada en
tres entregas, supone una triste reflexión sobre el envilecimiento y la
degradación, que nos deja un profundo regusto de amargura. En suma, Berta Isla nos sitúa frente al
perpetuo temor a que, un día cualquiera, cuando más satisfechos nos sentimos de
nuestra existencia en apariencia inmutable, la pérdida pueda destruir ese espejismo que llamamos felicidad.
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