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CLIMAS (André Maurois, 1928)

 
Benito Arias 
 
   Hay un grupo de escritores de principios del siglo XX a los que ha arrastrado el tiempo más o menos injustamente, a pesar del éxito que disfrutaron en vida. Pienso en Knut Hamsun, Somerset Maugham, Hermann Hesse, Stefan Zweig  o André Maurois, entre otros. Son autores que esperan desde sus tomos de obras completas en las librerías de lance a que nuevos lectores vuelvan a apreciar sus esfuerzos ahora caducados en la novela. Reediciones puntuales y hasta nuevas traducciones, por ejemplo en el caso de Stefan Zweig, no invalidan el juicio de que son novelistas que han perdido la batalla contra el tiempo, primero porque representaron la versión más convencional de la novela del pasado siglo, una vez que se impuso la renovación de Joyce, Kafka o Faulkner; más tarde, en la actualidad, porque es imposible asumir su modo de encarar cuestiones políticas o morales, por ejemplo en lo relativo al amor y la mujer. Esto último llega incluso a indignar en el caso de Climas.
   No conocía esta novela de André Maurois, editada originalmente en 1928, pero la había imaginado muchas veces desde sus múltiples portadas en Plaza y Janés, todo un éxito editorial en su época, un auténtico best-seller. Hace ya tiempo Ediciones del Bronce la sacó con nueva y mejorada traducción, a cargo de Assumpta Roura. Y ahí estaba dormida, al lado de unos imponentes tomos en pasta dura, que apenas se pueden abrir porque enseguida se rompen. Este libro se lee en un par de tardes. La técnica es soberbia, inspirada en sus modelos declarados: Stendhal, Merimée, Turgueniev, Tolstoi... Pero en un tono más ligero. Está dividida en dos partes, cada una dedicada a un amor de Philippe, el personaje principal masculino: Odile en la primera, Isabelle en la segunda. En la primera emplea una larga carta de Philippe a su segunda esposa (Isabelle) para relatar su historia con la primera (Odile). En la segunda parte es Isabelle la que emula el recurso escribiendo sobre su amor a Philippe, mientras incorpora cartas y notas del diario de su marido.
   Philippe es un hombre entregado desde joven al amor, primero sin aceptar compromisos, hasta que se enamora perdidamente de Odile, se casa con ella y empieza de golpe a sufrir porque su Amazona es eso, una mujer con vida propia y no se pliega completamente a su deseo de posesión. Tendrá que sufrir la infidelidad y el abandono de su amada, así como su posterior suicidio (a todas luces, un simbólico castigo a su supuesta crueldad). Por su parte, Isabelle es todo lo contrario, una entregada y devota esposa que lo tranquiliza al principio, si bien llega a asfixiarlo en algunos momentos. Al final de sus días pierde la cabeza por Solange, que le recuerda el estilo de Odile, otra mujer inconstante pero vital, bella y autónoma, viéndose obligado a regresar herido de muerte a la tranquilidad de su paciente Isabelle.
   La trama, como se ve, no es gran cosa. La forma de desarrollarla sí lo es, porque no desfallece en ningún momento y nunca perdemos el interés por personajes tan limitados, tal vez porque el arquetipo tiene menos calado que la trama particular. A ello contribuye el buen uso de recursos muy concretos: la mezcla de géneros (relato con cartas, fragmentos de diario y cambios de punto de vista), el fraseo elegante y muy claro, los diálogos condensados, los capítulos cortos...
   El problema se presenta por el lado del contenido, sobre todo en la segunda parte, cuando la rancia valoración de las relaciones que hasta entonces habíamos atribuido a los prejuicios de la época, se convierte en abierta misoginia. Es verdad que narra la propia Isabelle, y que los peores insultos a la mujer los emiten las propias mujeres; pero resulta inaudito pasar los ojos por frases como éstas:

   "... Las mujeres somos poca cosa y podemos aportar menos" (p. 176)

   "- ¿La consideras inteligente?
    - Para ser una mujer sí que lo es..." (p. 180)

   "Mis mejores amigas -dentro de lo que una mujer puede ser amiga de otra- ..." (p. 183)

   "Un hombre no se entrega totalmente al amor: tiene su trabajo, sus amigos, sus ideas. En cambio una mujer como yo no puede sino vivir para amar." (p. 192).

   Sabemos que los autores no son responsables de las creencias de sus personajes; pero es curioso que la opinión generalizada de éstos confluya en una pintura tan poco favorable de las mujeres, frente a unos varones que cometen las mismas o peores faltas que ellas sin por ello merecer condena alguna. El dualismo excluyente que opone en la mujer un comportamiento alegre pero infiel y otro fiel pero celoso no encuentra más que reproches, y la novela peca de parcialidad. Parece que  no hay manera de ser mujer y amar al pueril Philippe sin ganarse sus reproches. Es una pena, porque la novela, repito, está muy bien escrita, y salvando ese ruido de fondo se disfruta bastante, si bien no podría superar la barrera de las reivindicaciones morales de nuestros días, y esta vez con total justicia.

   André Maurois es autor de otras novelas menos afamadas que ésta, y de ensayos y biografías que aún se pueden leer con gusto. Recuerdo con mucho agrado su biografía de Turgueniev, por ejemplo. Como autor de literatura de género merecería una revisión. Recomiendo una brevedad titulada "La casa", un maravilloso cuento de fantasmas, y de paso la película que mejor ha aprovechado la anécdota que relata, Al morir la noche (Dead of Night, 1945), colección de cortos fantásticos dirigidos por cuatro directores distintos con el hilo conductor del cuento de Maurois.

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