miércoles, 28 de marzo de 2018

LOS HERMANOS BURGESS (Elizabeth Strout, 2013)

 
Jacqueline de los Riscos
 
   ¿Qué les parecería si se enterasen de que su hijo adolescente ha arrojado una cabeza de cerdo en una mezquita? Con este suceso arranca la novela que Elizabeth Strout publicó en 2013. Es un suceso extraño, casi inverosímil, y quizás sea lo único con estas características que el relato ofrezca. Todo lo demás es creíble, pero nada tópico. En este relato de la autora de Me llamo Lucy Barton las perspectivas se multiplican con naturalidad: la escritura es en tercera persona, y ora cambia, se mete en la cabeza de uno, ora estamos con los pensamientos de otro. Y todos aquellos en los que penetra son adultos mayores, por eso creo que es una novela para personas que llevan una buena carga de experiencias.
   Las preocupaciones y recuerdos del anciano somalí que no siente rabia alguna por lo que el joven de mirada triste ha hecho trastoca el punto de vista corriente y conmueve. Y no hay exageración alguna en el relato del eco de la prensa y de la preocupación por el poder en políticos y hombres ambiciosos. En la pequeña ciudad que se ha llenado de emigrantes somalíes no hay fractura social, hay extrañeza, búsqueda de adaptación de unos y de otros: un relato de choque de culturas no existe, lo que sí hay, y mucha, es nostalgia. Pero la tristeza del corazón de los personajes no es de lo que ya no existe, sino de lo que hubiera tenido que ser.
   El título de la novela nos indica que los protagonistas son hermanos: el mayor es un triunfador, tal como se puede uno imaginar al hombre de éxito norteamericano, Bob es un ejemplar de persona autocrítica, y su hermana gemela está enfadada con el mundo. A partir de un acontecimiento que en principio no debería cambiar sus vidas, se genera un efecto dominó que transforma las relaciones entre los tres hermanos. Si los hechos importan, las acciones son trascendentales; lo que pasó y las decisiones pasadas no se pueden cambiar; sólo cabe pintar encima y de otro color el pasado. ¿Si queremos vivir como buenas personas, tenemos que reconciliarnos? (Es una pregunta porque no quiero hacer “spoiler”).
   He escrito estas impresiones después de un mes de haber finalizado la lectura, sin repasar el texto. Tengo muy buen recuerdo de ella.

miércoles, 21 de marzo de 2018

CORAZÓN TAN BLANCO (Javier Marías, 1992)

 
Benito Arias
 
   Es una de las novelas más valoradas, reseñadas, estudiadas y hasta leídas de los últimos años en España. Preguntarnos por su valía en la actualidad, cuando se han cumplido 25 años de su primera edición, es pura retórica, y se puede contestar de corrido: su importancia es incuestionable, sin duda se trata de una de las mejores novelas del siglo XX español, y para muchos la mejor de Javier Marías (aunque personalmente prefiero las del Ciclo de Oxford).
   El motivo central es, inaugurando una costumbre de largo recorrido, unos pasajes de Shakespeare, en concreto de su Macbeth, y todo el argumento gira en torno al mal, la mentira y la sospecha en el seno del matrimonio y de las relaciones amorosas en general. Una pareja de recién casados, Juan y Luisa, se hallan de paso en un hotel de La Habana cuando son inmiscuidos en una disputa de amantes fruto de una confusión de identidades; de Cuba precisamente era la madre y la abuela de Juan, así como su tía, primera esposa de Ranz (curioso nombre para el padre de Juan), quien inexplicablemente cometió suicidio al poco de haberse casado con éste. Juan sabe que hay un velo de secretos en torno a esa muerte, nunca aclarada por su padre, a pesar de servir de preámbulo a su posterior boda con la madre de Juan, hemana de la suicida. Los secretos se convierten en una obsesión para él: ¿Vale la pena saber? ¿Es preferible conocer todo lo que puede saberse o es la ignorancia una bendición en muchos casos? Es un problema digno de una clase de Ética.
   Juan y Luisa son traductores simultáneos, la escena en que se conocen es de las más famosas de la obra de Marías, realmente divertida, y las reflexiones en torno al oficio de la traducción, que tan bien conoce el autor, merecieron el elogio de Reich-Ranicki, su patrocinador en Alemania. Por motivos laborales, Juan debe pasar periodos de cuatro meses separado de Luisa, quien se queda en Madrid montando un hogar que en cada visita le va pareciendo a Juan más artificial y ajeno, como si el matrimonio implicara la pérdida de la vida personal. Cuando se vive en pareja se pasa a vivir con otra persona, a compartir la almohada, y con ella la vida. Se depende del otro en gran parte, de sus palabras y de sus silencios. Los secretos acaban siendo revelados o callados con culpa, y tanto una opción como otra conllevan consecuencias dispares. Aun asistiendo a una exquisita claridad en las palabras y los actos, uno puede relacionar sucesos, intuiciones y referencias hasta construir un relato suspicaz. Juan empieza a incubar sin motivos sospechas sobre la fidelidad de Luisa, tal vez porque su padre sí le da indicios de guardar un secreto. En Nueva York ayuda a su amiga Berta a entablar una relación con un individuo oscuro, que defiende su anonimato y un secretismo también sospechosos. Finalmente, en Ginebra acabará sabiendo parte de la historia que no quiso saber pero que terminará sabiendo, el terrible secreto de Ranz, revelado posteriormente en Madrid.
   En la novela se cruzan los motivos vividos y pensados en un mismo plano, dando lugar al asociaciacionismo o relacionismo tan propio de la escritura de Marías (fruto de esa técnica tan peculiar por la que lo escrito y corregido es inamovible), un asociacionismo a veces paranoide por culpa de la continua explicitación de las posibilidades, las cuales fundamentarán real o imaginariamente la sospecha. Por fin, lo oculto se dice y se conoce, tal vez gratuitamente, ya que es mucho peor de lo que se podía imaginar; pero qué sería de esta magnífica novela si no asistiéramos a la extraña revelación autoinculpatoria de Ranz.
   El estilo hipnótico de Marías llega en esta obra no a su cumbre (es aún más exagerada la morosidad en Tu rostro mañana), pero sí se consolida como un rasgo fundamental de su etapa madura, ya que el benetismo anterior de El siglo es mucho más oscuro y puntual. Benet sobrevuela este gran estilo, está claro; pero no lo agobia: la sintaxis es aquí precisa y clara, aunque siempre habrá a quien no le guste, así como la adjetivación y el uso de un castellano depurado de localismos y con pretensiones de universalidad. La reflexión sobre las cosas es al mismo tiempo una discusión sobre la relación entre el conocimiento y el lenguaje, el habla y la escritura. La filosofía de fondo es escéptica y desengañada: sería mejor no saber, aunque a veces es imposible mantenerse en la ignorancia. Acabamos comprendiendo que si constatar los hechos sólo acarrea daños, podría ser mejor no ser conscientes de ellos, y la ignorancia es una protección necesaria para la vida. Por desgracia, todo el mundo habla, también nosotros, y el secreto acaba volando de unos a otros, así como la instigación más o menos impulsiva, y al final se establecen complicidades y conjuras, favores y deudas, por culpa de las revelaciones. La confesión que airea lo que debía permanecer oculto abre la caja de lo "siniestro", de tan interesante recorrido en la trilogía de Marías, siendo por lo demás su conexión más clara con el campo de la literatura fantástica, de la que es un interesantísimo defensor y excelente aunque sólo ocasional autor.
   He leído la novela por tercera vez en la edición del 25 aniversario, buscando una experiencia diferente, sobre todo por la claridad en el formato y el tipo de letra. Acompaña al volumen principal otro con reseñas, entrevistas, una extraordinaria carta de Benet y fotos, además de algunos textos del autor relacionados con la obra. Dudo que haya una prosa con más altura en la novela española de las últimas décadas.

domingo, 11 de marzo de 2018

ESPOSA HECHICERA (Fritz Leiber, 1943)


  José Miguel García de Fórmica
 
 Una apacible tarde de primavera, el profesor Norman Saylor, en la tranquilidad de su bonita casa en el campus de una pequeña ciudad universitaria, Hempnell, se toma un descanso durante el cual saborea con satisfacción la plena conformidad de su vida: todavía joven y atractivo, con una esposa deseable y muy enamorada, con prestigio académico en su campo, la sociología, y a punto de consolidar su situación profesional con el nombramiento de catedrático que da por seguro, todo parece sonreírle. Y sin embargo, ignora que acaba de asomarse al vacío. Un travieso deseo de curiosidad lo lleva a revolver los cajones de su esposa, Tansy, y de pronto descubre, con horror, que están atiborrados de amuletos de toda laya, de tarros cuyas etiquetas indican la más repugnante procedencia (tierra de cementerio, hierbas malignas…), de chocantes fotografías, incluso de un diario repleto de conjuros. En otras palabras: Tansy, modelo de mujer moderna, es una adepta de la magia, y cuando el consternado marido la interroga, es para descubrir, atónito, que ella cree fervientemente que el ascenso de su marido se debe tanto al propio talento de este como a la protección que le proporcionan sus hechizos. Como es natural, el racionalista Saylor obliga a Tansy a destruir todos esos objetos y a aceptar que se ha dejado sugestionar por la más burda superstición. ¿Es casualidad, entonces, que desde ese momento, y en catarata, la vida personal y profesional de Saylor parezca deslizarse por una pendiente sin fin, encontrándose con acusaciones de acoso sexual, con alumnos dispuestos a atentar contra su vida, con toda clase de intrigas en el seno del pacato claustro de profesores (y sus venenosas esposas), que culminan con la concesión de la cátedra a otro compañero, y con la aparición de inquietantes pensamientos sobre suicidio?
Conjure Wife, traducida en España bajo el título de Esposa hechicera, es una novela publicada en 1943 por Fritz Leiber (1910-1992), escritor que, a lo largo de su sólida carrera, ha demostrado una notable capacidad para pasearse por muy diversos estratos de la literatura fantástica, del terror (Nuestra Señora de las Tinieblas o el libro que nos ocupa) a la ciencia-ficción (El planeta errante) o la fantasía heroica (su serie de Fafhrd y el Ratonero Gris para muchos solo está por debajo de Robert E. Howard).
La novela bucea en esa agradecida corriente del género terrorífico que rehúye cualquier elemento gótico para plantear, sencillamente, el quebrantamiento de la normalidad en el seno de la sociedad coetánea. No hay necesidad de criaturas sobrenaturales: la monstruosidad anida entre nosotros, porque es la expresión de la mezquindad humana. El marco elegido por Leiber para hacerla aparecer es esa comunidad universitaria cuyos miembros forman un microcosmos pútrido en el que reinan las apariencias y la más gazmoña moralidad: un lugar donde solo hay espacio para los juegos de poder. Un poder minúsculo, pues estriba apenas en la obtención de pequeñas prerrogativas y, sobre todo, en la embriagadora sensación de dominio sobre los demás.
La magia es el arma mediante la cual se espera conseguir ese poder (o evitar que otros lo consigan). Y como indica el título de la novela, sus adeptas son las esposas de los profesores de Hempnell, esas mujeres que en apariencia subordinan su vida a la carrera profesional de sus esposos (grises e incluso poco brillantes: hablamos de una universidad muy secundaria), insatisfechas sexualmente (no es para menos, con tales maridos), cuya actividad esencial es la intriga y el disimulo. Es más, el planteamiento de Leiber incide en el hecho de que esa inclinación hacia la magia la comparten todas las mujeres, pues la feminidad siempre será el reducto de la espiritualidad frente a la indiferencia masculina ante aquello que desborda su cotidiano horizonte material. Dicho de otro modo, toda mujer es una potencial bruja.
¿Es, por ello, Esposa hechicera, un relato que supura misoginia por los cuatro costados? Una lectura superficial así podría indicarlo, y no niego que lo sea, pero dos elementos lo matizan. El primero es que, sin lugar a dudas, y exceptuando al protagonista (aun así, zarandeado por acontecimientos que acaban desbordando su «limitada» visión de la realidad), los personajes verdaderamente activos, por tanto llenos de vida y no meramente vegetativos, son los femeninos (al contrario que los esposos, unos zotes fácilmente manipulables). El segundo es el evidente sentido del humor con que Leiber impregna su fábula, que cuestiona la irreparable instauración de lo irracional, siempre a través del personaje de Saylor, el cual incluso intenta reducir los conjuros a ecuaciones, tratando de salvaguardar, al menos en cierta medida, su anterior concepto de la vida y la ciencia.
Esposa hechicera es una novela espléndida, que no dudo en calificar como una de las obras maestras del género. En ella, brillan sobremanera dos conceptos. El primero es la magnífica densidad psicológica con que se describe el enfrentamiento del progresivamente desarmado Norman Saylor a esos acontecimientos para él terribles. El segundo, el dominio de los recursos narrativos por parte de Leiber para modular el desarrollo de la historia, siempre desde el punto de vista de su protagonista, desde la ambigüedad que baña toda la primera parte hasta el horrible descensus ad inferos a que acaba siendo arrastrado. Esposa hechicera, por lo tanto, es un magnífico relato atmosférico, con momentos literalmente absorbentes, que revela a un escritor bien consciente de que la credibilidad siempre es cuestión de estilo, de tono, de convicción.

sábado, 3 de marzo de 2018

ZONA (Geoff Dyer, 2012)


Benito Arias

   A la lista de libros inclasificables que abarrotan ya nuestras estanterías, hay que añadir desde ahora Zona de Geoff Dyer, según el subtítulo: "Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación". Antes de nada, la peli de referencia es Stalker, de Andrei Tarkovski, por lo que será muy recomendable leer esta entrada de La mano del extranjero y, por supuesto, verla o reverla antes de leer el libro de Dyer. A mí, la película ha vuelto a sorprenderme por su capacidad de enredar al espectador, algo que no siempre consigue Tarkovski, enredar quiero decir de buena manera, en el sentido de atraernos a su mundo, tan particular y extravagante que no podemos respirarlo mucho tiempo. Sin embargo, el libro de Dyer aporta una interpretación en gran parte risueña que demuestra ser capaz de repensar los temas de la Habitación y la Zona sin por ello caer en el desgarro, al que tan proclive es Tarkovski. 
   La forma del libro es muy atractiva: por supuesto es un resumen y una interpretación de la película, pero también es una acumulación de notas sobre el director, el rodaje, los viajes, los deseos, la escritura, el sexo, las bolsas de viaje, su mujer y sus novias (de Dyer), los tríos y los premios literarios. En fin, el autor nos habla de lo que se le ocurre al hilo de la película, una obra que ha visto decenas de veces en cines de todo el mundo, y como es un escritor ingenioso, no aburre nunca. También se pone serio, cómo no, las reflexiones sobre lo que deseamos (el tema de la película) y lo que obtenemos son estupendas, y la nómina de autores que Dyer emplea para apoyar sus meandros (Don DeLillo, Coetzee, Kundera, Merleau-Ponty, Wim Wenders...) nos abren muchas vías para continuar el viaje.
   Si vemos la película antes y luego leemos el libro tendremos además la oportunidad de verla otra vez en lo imaginario, al tiempo que la comprendemos mejor, o digamos que la veremos y la comprenderemos con los ojos de Dyer. Lo curioso es que el talante del escritor y el de la película pueden parecer opuestos, como se oponen la solemnidad y el ingenio. Sin embargo, la admiración del novelista es sincera, aunque sea capaz de hacer prácticamente un chiste a cada plano. En realidad es que la película es seria y el libro irónico. Si la solemnidad es la tontería del serio y la ironía una burla inteligente, podrían converger y complementarse ambos, película y libro, más por lo que niegan que por lo que afirman, es decir, de modo indirecto.
   Zona no es un simple libro sobre una película con datos sobre su apartado técnico, con cotilleos varios e información pura y dura, es algo más, se trata de una obra literaria, ya que sin ser crítica cinematográfica, tampoco es exactamente autobiografía ni ensayo, aunque tal vez sea el ensayo el género donde se apoya más plácidamente, porque si la novela es ese género que se come casi todo lo que es ficción con un cierto número de páginas, cuando alguien habla en primera persona de un tema y reparte opiniones a discreción, asumimos por tanto que nos encontramos ante un ensayo; pero no lo es, porque es un ensayo novelesco, o una novelización postmoderna de la película. Para colmo, en el colofón nos topamos con una reveladora cita de David Markson, el más extraño de todos los narradores, y en concreto de su novela titulada Esto no es una novela. Ahí es nada. Podríamos decir como ellos que Zona es una lectura. Una lectura de una película que ya hemos visto y ahora leemos el libro para ampliar nuestra comprensión de la película, es decir, de la Zona, es decir, de la Habitación de los deseos.
   Por último, y en un plano puramente estético, Stalker no sería la gran película que es sin el final que tiene. El libro sólo puede dejar constancia de ello, y por una vez a Dyer le faltan las palabras. Para compensarlo, ahí tenemos la magnífica portada original de la edición española.