José Miguel García de Fórmica
Una apacible tarde de primavera, el profesor Norman Saylor,
en la tranquilidad de su bonita casa en el campus de una pequeña ciudad
universitaria, Hempnell, se toma un descanso durante el cual saborea con
satisfacción la plena conformidad de su vida: todavía joven y atractivo, con
una esposa deseable y muy enamorada, con prestigio académico en su campo, la
sociología, y a punto de consolidar su situación profesional con el
nombramiento de catedrático que da por seguro, todo parece sonreírle. Y sin
embargo, ignora que acaba de asomarse al vacío. Un travieso deseo de curiosidad
lo lleva a revolver los cajones de su esposa, Tansy, y de pronto descubre, con
horror, que están atiborrados de amuletos de toda laya, de tarros cuyas
etiquetas indican la más repugnante procedencia (tierra de cementerio, hierbas malignas…),
de chocantes fotografías, incluso de un diario repleto de conjuros. En otras
palabras: Tansy, modelo de mujer moderna, es una adepta de la magia, y cuando
el consternado marido la interroga, es para descubrir, atónito, que ella cree
fervientemente que el ascenso de su marido se debe tanto al propio talento de
este como a la protección que le proporcionan sus hechizos. Como es natural, el racionalista Saylor obliga a Tansy a
destruir todos esos objetos y a aceptar que se ha dejado sugestionar por la más
burda superstición. ¿Es casualidad, entonces, que desde ese momento, y en
catarata, la vida personal y profesional de Saylor parezca deslizarse por una
pendiente sin fin, encontrándose con acusaciones de acoso sexual, con alumnos
dispuestos a atentar contra su vida, con toda clase de intrigas en el seno del
pacato claustro de profesores (y sus venenosas esposas), que culminan con la
concesión de la cátedra a otro compañero, y con la aparición de inquietantes
pensamientos sobre suicidio?
Conjure Wife,
traducida en España bajo el título de Esposa
hechicera, es una novela publicada en 1943 por Fritz Leiber (1910-1992),
escritor que, a lo largo de su sólida carrera, ha demostrado una notable capacidad
para pasearse por muy diversos estratos de la literatura fantástica, del terror
(Nuestra Señora de las Tinieblas o el
libro que nos ocupa) a la ciencia-ficción (El
planeta errante) o la fantasía heroica (su serie de Fafhrd y el Ratonero Gris para muchos solo está por debajo de Robert
E. Howard).
La novela bucea en esa agradecida corriente del género
terrorífico que rehúye cualquier elemento gótico para plantear, sencillamente, el
quebrantamiento de la normalidad en el
seno de la sociedad coetánea. No hay necesidad de criaturas sobrenaturales: la
monstruosidad anida entre nosotros, porque es la expresión de la mezquindad
humana. El marco elegido por Leiber para hacerla aparecer es esa comunidad
universitaria cuyos miembros forman un microcosmos pútrido en el que reinan las
apariencias y la más gazmoña moralidad: un lugar donde solo hay espacio para
los juegos de poder. Un poder minúsculo, pues estriba apenas en la obtención de
pequeñas prerrogativas y, sobre todo, en la embriagadora sensación de dominio
sobre los demás.
La magia es el arma mediante la cual se espera conseguir
ese poder (o evitar que otros lo consigan). Y como indica el título de la
novela, sus adeptas son las esposas
de los profesores de Hempnell, esas mujeres que en apariencia subordinan su
vida a la carrera profesional de sus esposos (grises e incluso poco brillantes:
hablamos de una universidad muy secundaria), insatisfechas sexualmente (no es
para menos, con tales maridos), cuya actividad esencial es la intriga y el
disimulo. Es más, el planteamiento de Leiber incide en el hecho de que esa
inclinación hacia la magia la comparten todas las mujeres, pues la feminidad
siempre será el reducto de la espiritualidad frente a la indiferencia masculina
ante aquello que desborda su cotidiano horizonte material. Dicho de otro modo,
toda mujer es una potencial bruja.
¿Es, por ello, Esposa
hechicera, un relato que supura misoginia por los cuatro costados? Una
lectura superficial así podría indicarlo, y no niego que lo sea, pero dos
elementos lo matizan. El primero es que, sin lugar a dudas, y exceptuando al
protagonista (aun así, zarandeado por acontecimientos que acaban desbordando su
«limitada» visión de la realidad), los personajes verdaderamente activos, por
tanto llenos de vida y no meramente vegetativos,
son los femeninos (al contrario que los esposos, unos zotes fácilmente
manipulables). El segundo es el evidente sentido del humor con que Leiber
impregna su fábula, que cuestiona la irreparable instauración de lo irracional,
siempre a través del personaje de Saylor, el cual incluso intenta reducir los
conjuros a ecuaciones, tratando de salvaguardar, al menos en cierta medida, su
anterior concepto de la vida y la ciencia.
Esposa hechicera
es una novela espléndida, que no dudo en calificar como una de las obras
maestras del género. En ella, brillan sobremanera dos conceptos. El primero es
la magnífica densidad psicológica con que se describe el enfrentamiento del
progresivamente desarmado Norman Saylor a esos acontecimientos para él
terribles. El segundo, el dominio de los recursos narrativos por parte de
Leiber para modular el desarrollo de la historia, siempre desde el punto de
vista de su protagonista, desde la ambigüedad que baña toda la primera parte
hasta el horrible descensus ad inferos a que acaba siendo arrastrado. Esposa
hechicera, por lo tanto, es un magnífico relato atmosférico, con momentos
literalmente absorbentes, que revela a un escritor bien consciente de que la
credibilidad siempre es cuestión de estilo, de tono, de convicción.
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