Benito Arias
A inicios del nuevo siglo, todos (o casi todos) nos pusimos a leer a un autor hasta entonces desconocido, húngaro que nunca renunció a su lengua materna, ni siquiera en el exilio, y con nombre felizmente memorable: Sándor Márai. La novela que inició el enganche es la que nos ocupa hoy, El último encuentro, original de 1942 y con un título original más críptico: "Arden las velas" o "A la luz de los candelabros" (algo así). Me pregunto si la elección del título castellano tuvo algo que ver con el fenómeno editorial. Se sucedieron las traducciones de sus novelas, largas y cortas, casi en orden cronológico, hasta llegar a sus memorias y diarios. Leímos después de ésta La herencia de Eszter y Divorcio en Buda, sin que el hechizo disminuyera, y con la última parte de La mujer justa (innecesariamente añadida por el propio autor a la versión original) y, sobre todo, con La amante de Bolzano, el encanto (en mi caso) se rompió. Desde entonces, nada más. La estructura de estas novelas solía girar en torno a elegantes monólogos que evocaban una historia de amor trágico, pues la relación era presentada como un destino ineluctable pero marcada por la traición de una u otra parte. El ejemplo arquetípico, tal vez el más logrado también, es El último encuentro.
Algo curioso de esta novela es que no se olvida en lo esencial, si ya fue leída en su día se recuerda enseguida que un militar ya septuagenario se dispone a recibir después de unos cuarenta años de ausencia a su amigo de la infancia y juventud. Mientras lo espera se nos detalla la historia de su amistad y sus familias, el uno rico y vanidoso, el otro pobre y enfermo de orgullo. La amistad estará siempre por encima de todo, como en aquella otra joyita emparentada con ésta, Reencuentro de Fred Uhlman. Se nos llega a decir que la amistad es un fenómeno masculino, y uno se acuerda de Grupo salvaje, pero también de Aristóteles o Montaigne, y tiende a estar de acuerdo (aunque sea una falsedad). No se sabe qué pesa más sobre el general resentido, si la traición del amigo o la de su esposa. Es una situación trágica, también, porque no tiene salida: nadie puede ganar en un triángulo donde todos se quieren y en el que el desequilibrio fatal se compensa con la deuda, el deber y el respeto. Como en Pan de Knut Hamsun hay una escena de caza muy relevante, cuyo sentido se trata en la novela de aclarar. Todos sabemos que esa aclaración no supera los límites de la ambigüedad, y que tampoco es necesario más.
Lo que encanta de Márai, aparte del tema tan traído del amor imposible, es la forma de sus monólogos. Son voces un tanto parecidas, cultas, que narran mientras reflexionan. Siempre hay artistas (músicos, escritores o pintores) en sus tramas, burgueses adinerados y señoras elegantes y muy bellas. De fondo, la descomposición del imperio austrohúngaro o las consecuencias de la Gran Guerra. Todo muy emparentado también con el mundo de Stefan Zweig, en todos los sentidos, porque estar en un bando es no estar en otro. Ni Márai ni Zweig se pueden comparar con Mann, Musil o Kafka. Son de otra corriente, menos experimentales, más clásicos y caducos, pero también exquisitos y algo solemnes, pesimistas y envejecidos. Los dos eligieron el mismo final para sus vidas. Recorrer sus novelas es volver a un mundo rígico, encorsetado, donde la burguesía y la nobleza adoptan un aire de resignada autoinmolación ante el fin de sus días. Sobre muchas de estas novelas flota la gigantesca sombra del príncipe de Salina, el primero de la estirpe y su mejor representante, aunque sea el último en el orden de la escritura. De vez en cuando gusta volver a respirar estos aires tan decadentes, a pesar de que sus personajes sean tan ajenos a nosotros como un militar húngaro de alto rango o un músico de ascendencia polaca, y es que, más allá de sus peculiares contextos e historias, da gusto escucharlos.
Yo fui otro de esos lectores que descubrió a Marái a principios de siglo, en mi caso por contagio, si bien fueron dos novelas las que me leí de él con mucho agrado; luego pasé a otros autores y, aunque siempre me digo que tengo que volver a coger otro de sus libros, todavía no lo he hecho: quizá el primero que caiga sea su autobiografía "Confesiones de un burgués". Lo cierto es que he tenido que ir a consultar cuáles fueron esas dos novelas que me leí: son "La herencia de Eszter" y "Los rebeldes". No sé si por lo evocador de tu pequeña recensión o por sugestión de la memoria, yo hubiera jurado que entre ellas estaba "El último encuentro"...
ResponderEliminarA Márai se le puede achacar que siempre escribió la misma novela (y de la misma manera), tal vez por eso tu duda. La primera que se lea pasará seguramente a ser el modelo de su arte. Con todo, "El último encuentro" tiene algo especial, que ya no aparecía del todo en las otras. No es la extensión ni el estilo, sino seguramente el tono de ese monólogo ambiguo, la melancólica altanería de no querer confirmar lo que ya se sabe o intuye.
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