Benito Arias
Una novela no tiene que ser perfecta para encantarnos. Tampoco es preciso que sea muy original, es más, esto podría incluso ser un inconveniente. Para que nos guste, una novela tiene que parecernos bien escrita e interesante. "Bien escrita" (es decir, con un estilo que nos envuelva) e "interesante" (porque cuenta cosas que nos mantienen atentos), son términos muy subjetivos, y conviene ilustrarlos con ejemplos concretos. La obra más conocida de Edith Wharton (1862-1937), publicada en 1920 y Premio Pulitzer al siguiente, es un buen ejemplo de novela poco original e imperfecta; pero muy bien escrita y adictiva. Me parece imperfecta porque aun buscando el equilibrio matemático entre sus dos partes, la segunda se pierde en demasiados episodios sin trascendencia, y porque en general se detiene en detalles menores tanto de personajes (un escándalo financiero recorre de modo inútil la novela entera, sin afectar apenas a la trama principal) como de indumentaria y costumbres. Por otro lado, es poco original porque a pesar de la admiración de Wharton por Henry James, no se atreve a seguir su técnica del punto de vista y más bien retoma la de Jane Austen o Dickens, aunque los temas sí sean de esos que despertaban la imaginación de su mentor norteamericano.
En el curioso retrato de Henry James que Edith Wharton realiza en sus memorias (Una mirada atrás, Eds. B, 1994) no deja de recordar una sola de las veces en que éste minusvaloró a sus ojos alguna de sus producciones literarias, nunca de un modo ofensivo, pero sí manifestando la diferencia estética entre ellos. Por su parte, ella destaca el impacto que le provocó a él cuando le preguntó por qué había erigido La copa dorada "en el vacío", queriendo decir despojada de "flecos humanos", es decir, sin un contexto vital que arrope a los cuatro personajes principales. Henry James quedó desconcertado con la crítica, y ella atribuye su embararazo a un punto débil al fin desvelado. En mi opinión, el desconcierto de Henry James responde a todo lo contrario, y seguramente el novelista no podía esperar que una falta tal de entendimiento le llegara precisamente de su declarada admiradora. Sin embargo, todo se explica si comprendemos que el modelo para Wharton no es la Gran Trilogía jamesiana, sino las novelas del periodo de madurez, el Retrato o Daisy Miller. No pasa nada, es un buen modelo, a su vez montado sobre la estela de Balzac y Turgueniev, entre otros. Pero al doblar el siglo, la propuesta del Maestro implica una radicalización de su estética, hasta el punto de dar por caducos los modelos novelísticos del XIX, que siguen siendo los de Edith Wharton. Sería largo hablar de ello, pero recogiendo otra anécdota de estas memorias en que se enorgullece la autora de haber reconocido el genio del recién editado Marcel Proust, y de cómo le manda un ejemplar de Du côté de chez Swann (1913) a James, deparándole "la última y una de las más fuertes emociones artísticas" (pág. 282), cabe concluir que el legado de Henry James encontraba continuidad (no digamos "continuación") por vía francesa (además de, por supuesto, Virginia Woolf, pero eso será más adelante). En suma, no hay complicidad profunda entre Henry James y Edith Wharton, aunque comparten el interés por los mismos temas y hay un cierto tono común en los diálogos.
La edad de la inocencia no es original, no es radical, pero es una buena novela. Si logramos manejar la telaraña de familias de la alta sociedad neoyorkina y sus múltiples representantes y parentescos, o si a falta de ello nos centramos en la historia de amor imposible que plantea, es incluso una emocionante novela que aún se lee con gran placer. Además, incluye una crítica digamos "feminista" a la minoría de edad perpetua de la mujer en la época (la segunda mitad del XIX) y sus dificultades para llevar una vida independiente del protectorado masculino. Un personaje tan tradicional como es Newland Archer (sí, "Archer", como Isabel) será de hecho capaz de recapacitar y volverse un defensor de los derechos de la mujer, y ello sólo por amor, que desde luego es la manera más noble de cambiar de opiniones. Al final también descubrimos que la joven en la edad de la inocencia, la bella pero insustancial esposa May, es igualmente capaz de penetrantes intuiciones y de un enorme sacrificio simultáneo al de los otros dos amantes, Newland y la condesa Olenska. Pero esto es mejor descubrirlo con una lectura del libro, ya que aun contando con dos buenas adaptaciones a la gran pantalla (la del director Martin Scorsese es la más conocida, así como la más literal), sin embargo, y como suele advertirse, es mejor la novela. De hecho, merece la pena comprobar cómo una gran maestra de la narrativa en sentido tradicional dosifica la información, la deja intuir o la explica hasta dejar a los lectores presos y en la red de un artificio tan bien construido.
Leí esta novela a raíz del estreno de la película de Scorsese y me gustó bastante, además de revelarme que el director italoamericano había realizado una pésima adaptación al empeñarse en utilizar, o casi, el mismo libro como guion (con uno de los peores usos de voz en off que recuerdo, al hacer que fueran las palabras las que nos contaran los sentimientos de los personajes en vez de intentar expresarlos en términos visuales). De ella pasé a otras novelas ("La casa de la alegría" me pareció mejor), disfrutando siempre de su lectura, pero también dándome siempre la impresión de que, en efecto, Wharton no deja de ser una discípula del maestro James que refleja una parte de su fulgor pero ni mucho menos alcanza su esencia.
ResponderEliminarLa peli de Scorsese tiene algunos puntos a su favor, en mi opinión: la ambientación de interiores, Daniel Day-Lewis y la fidelidad al libro; pero las impresiones que deja el libro son muy superiores. Como dices, la voz en off es muy molesta. Por eso merece la pena comparar con la versión de Philip Moeller, de 1934, que logra transportar la novela, sin narrador, con una versión más teatral, más libre y (gracias al cielo) más corta, aunque, en el tono de la época, también más romántica y edulcorada.
ResponderEliminarDe la Wharton no he leído más novelas, pero sí cuentos de fantasmas (buenos, pero no tanto como los de James) y sus estupendas Memorias. En fin, quiero seguir leyéndola, y ayer mismo me compré su última novela, La renuncia, a ver qué tal.
Hace un par de días hemos revisado la peli de Scorsese, y efectivamente, sigue poniéndome de los nervios su absoluta renuncia a contar con imágenes la nutrida información de la voz en off: la escena del faro o la de la cena de despedida a la condesa son ejemplos de esto, cuando Archer dice que de pronto se dio cuenta de que todos los presentes, incluida su esposa, pensaban que eran amantes. Si quita la voz... nadie lo diría, porque no hay un gesto o un encuadre o algo que traduzca esa certeza. Eso sí, me ha encantado la interpretación de Daniel Day-Lewis (y eso que es un actor que ya sabes que suele sobrecargarme), en mi opinión lo mejor de la película: una pena que Scorsese no parezca confiar en esa expresividad a la vez gentil y triste con que dota al personaje, al empeñarse todo el rato en contarnos lo que está pasando por su cabeza.
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