sábado, 22 de junio de 2019

COSMOS (Witold Gombrowicz, 1967)


Francisco Villalba
 
   El protagonista de Cosmos medita sobre la presunta conexión oculta tras diversas colgaduras: un pájaro colgado de una rama, un palito colgado de un hilo, un gato estrangulado y colgado, un cadáver que también pende. Todo se ubica alrededor de la fonda en la cual se aloja provisionalmente. El estrangulamiento del gato fue obra suya propia, pero no por ello deja de ser incluido en la lista de enigmáticas coincidencias. Los interrogantes se convierten en obsesión, aunque alguna vez el cósmico protagonista los percibe como rutina, al borde de la desidia. La lectura intelectual de todo esto remite a la metafísica, sería la metafísica del vacío: si hay o no sentido, si puede o no haberlo, si puede o no manifestarse, todo es lo mismo, todo es igual de grotesco, volátil, insidioso. Yo no acostumbro a inclinarme hacia lo intelectual, así que me quedo con lo grotesco, volátil, insidoso y magnífico.
   Los cuelgues no son los únicos hechos a los que se busca sentido y relación. Casi todo lo que ocurre es susceptible de ello. Recuerdo, como ejemplo de ello, una de mis escenas preferidas. Durante su no muy prolongada estancia en la fonda, nuestro cósmico protagonista tiene tiempo de sentirse atraído por una mujer, concretamente la hija del anfitrión, quien por otra parte está ya comprometida con otro. La morbosa afección del protagonista le lleva a espiar la intimidad de la habitación de la pareja. Se pregunta si descubrirá un encuentro delicado y romántico, o más bien sucio e insolentemente obsceno. Pues bien, todo lo que observa es cómo la joven recibe una tetera de manos de su compañero. El mirón no experimenta decepción, sino inquietud, porque ¿cómo encajar semejante hecho en la red de conexiones?
   Comento otro dato que me parece destacable, ya que he mencionado al anfitrión. Vaya cómo lo diseñó Gombrowicz, ¿tendría en mente a alguien conocido? No recuerdo haberme topado con un personaje tan cargante en ninguna de mis lecturas. Confieso haber padecido retortijones según iban llegando las irritantes parrafadas del tal Leon, que así se llama, si es que no me las he saltado alguna que otra vez. Lo cual no debe entenderse como demérito de la novela, pues forma parte del cosmos.

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