sábado, 1 de febrero de 2020

CUANDO SEAS MAYOR (Miguel Gane, 2019)


Mayte Padilla

    Cuando seas mayor es la primera novela del joven poeta Miguel Gane, nombre españolizado que éste adoptó, como cuenta en el libro (“autobiográfico en un 70-80%”), tras emigrar desde Rumanía y advertir que su nombre real, Gheorghe Mihaita Gane, era mal pronunciado y provocaba burla e incomprensión.

    Se trata de una novela de planteamiento y estructura extremadamente sencillos, que toma como protagonista a un niño de nueve años y nos muestra la vida de su insignificante vecindario en un pueblecito de montaña transilvano, y las peripecias de la familia cuando deciden emigrar a España.

    ¿Qué interés puede tener una novela como esta? Desde luego, no la originalidad de su planteamiento, ni formal ni temático, con un desarrollo cronológico sin artificios. Gane comienza su historia en la mañana de Navidad, en un inicio que no he podido dejar de asociar a Mujercitas, ya que su familia, que hace equilibrios entre la clase baja y la pobreza declarada, tampoco le puede ofrecer el regalo que el inocente niño ha pedido a Papá Noel. El padre, empleado en una fábrica y siempre a disposición de domnul director hasta el punto de descuidar a su familia; la madre, que se emplea de forma irregular como cocinera en casas ajenas, mientras a duras penas mantiene saciado a su hijo, conforman una pareja unida hasta que la adversidad, en forma de enfermedad de ella, les lleva a endeudarse sin remedio.

    Toda la primera mitad de la novela, estructurada en breves capítulos, se dedica a trazar con precisión las relaciones sociales en el pueblo: la escuela, donde el inteligente niño está no obstante condenado a la marginación en una clase “fácil”, para pobres; la iglesia, donde la madre se refugia en busca de esa suerte que parece haberlos abandonado, al coste de dejarse manejar por la beata del pueblo; las referencias a las prácticas corruptas de médicos, profesores y en general empleados con alguna responsabilidad, sutiles pero a la vez asumidas como un mecanismo de funcionamiento tan natural como la vida misma; el bar, que el padre empieza a frecuentar cuando su voluntad de superación flaquea; y sobre todo el jardín, y la valla que delimitan la casa del niño y Eduard, su mejor amigo, que tiene una posición económica desahogada y que sin embargo ellos atraviesan con naturalidad, resistiéndose a que su amistad se vea condicionada por el dinero.

    Interesante es el fuerte contrapunto que se plantea en la novela entre la vida un tanto asilvestrada del niño en el pueblecito de los Cárpatos, por donde corretea a pesar del frío, y lo que luego va a ser su confinamiento en un piso de una ciudad dormitorio como Leganés, cuando no se atreva a salir a las calles, supuestamente civilizadas pero muy peligrosas para un “sin papeles”.

    En la segunda mitad de la novela el niño se ve obligado a salir de su, a pesar de todo, idealizado entorno natal, para vivir la aventura de la emigración. Escenas que de alguna manera nos suenan conocidas se suceden con un ritmo fluido, cuajadas de personajes tanto entrañables como odiosos, pero siempre con el márchamo de lo realmente vivido: los compañeros de viaje en el autobús que atraviesa Europa; el impacto de visitar los bien surtidos supermercados españoles o los cristalinos aseos públicos franceses; los viejos conocidos que dan alojamiento a la familia a su llegada a Madrid; los voluntarios de la ONG; los primeros maestros que introducen al niño en el nuevo idioma; los nuevos compañeros de clase para los que es “el rumano”; el miedo de vivir “sin papeles”;,…

    A los que nos gusta flagelarnos un poco analizando las carencias de los servicios públicos españoles esta novela nos ofrece una visión enternecedoramente positiva. El niño, impulsado por su madre desde pequeño a estudiar para “ser alguien”, va a encontrar en las escuelas españolas una dura prueba de adaptación, pero una cuya superación sí depende de él, y no de una estructura social rígida como la de pueblo natal. Acostumbrado a los castigos corporales, la corrupción y el clasismo de la escuela de su pueblo, los conatos de bullying y la xenofobia que sufre en las aulas de ese colegio de barrio que podría ser cualquiera, en el que los niños pueden hablar y moverse en las aulas (sic) hieren, pero no matan.

    Así mismo la madre, más flexible que el padre, encuentra en la sociedad española espacios de libertad que le permiten vivir una vida diferente, más autónoma, a diferencia de la subordinación (económica, social) en la que había vivido antes. Una cierta ingenuidad sobre el “sueño europeo” recorre toda la novela, y nos obliga a recordar lo importante que es mantener vivo ese sueño de una Europa solidaria y próspera.

    En suma, como decía al principio, no hay nada demasiado sorprendente, nada original: es una historia sobre la emigración mil veces leída o vista en cine. Y sin embargo la historia me atrapó por completo, ya que tiene la fuerza de lo real, elaborado con un lenguaje directo y una honestidad muy refrescante: se trata de una historia personal, con la que el autor no intenta establecer generalizaciones ni defender ninguna tesis, ni siquiera hacer una crítica concreta, y desde luego no tiene pretensiones de explicar las causas del fenómeno migratorio ni las consecuencias en los que se van y en los que se quedan, sino contar el impacto que sobre él, como niño, tuvo dejar la Rumanía rural por la gran ciudad española. Una microhistoria que, a mi entender, encuentra en esa sencillez y sinceridad desarmante su punto fuerte: es una historia cualquiera de las que todos los días ocurren a personas a nuestro alrededor.

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