Mayte Padilla
Cuando seas mayor es la primera novela del joven poeta Miguel Gane, nombre españolizado que éste adoptó, como cuenta en el libro (“autobiográfico en un 70-80%”), tras emigrar desde Rumanía y advertir que su nombre real, Gheorghe Mihaita Gane, era mal pronunciado y provocaba burla e incomprensión.
Se
trata de una novela de planteamiento y estructura extremadamente sencillos, que
toma como protagonista a un niño de nueve años y nos muestra la vida de su
insignificante vecindario en un pueblecito de montaña transilvano, y las
peripecias de la familia cuando deciden emigrar a España.
¿Qué
interés puede tener una novela como esta? Desde luego, no la originalidad de su
planteamiento, ni formal ni temático, con un desarrollo cronológico sin artificios.
Gane comienza su historia en la mañana de Navidad, en un inicio que no he
podido dejar de asociar a Mujercitas, ya que su familia, que hace equilibrios
entre la clase baja y la pobreza declarada, tampoco le puede ofrecer el regalo
que el inocente niño ha pedido a Papá Noel. El padre, empleado en una fábrica y
siempre a disposición de domnul director hasta el punto de descuidar a
su familia; la madre, que se emplea de forma irregular como cocinera en casas
ajenas, mientras a duras penas mantiene saciado a su hijo, conforman una pareja
unida hasta que la adversidad, en forma de enfermedad de ella, les lleva a
endeudarse sin remedio.
Toda
la primera mitad de la novela, estructurada en breves capítulos, se dedica a
trazar con precisión las relaciones sociales en el pueblo: la escuela, donde el
inteligente niño está no obstante condenado a la marginación en una clase
“fácil”, para pobres; la iglesia, donde la madre se refugia en busca de esa
suerte que parece haberlos abandonado, al coste de dejarse manejar por la beata
del pueblo; las referencias a las prácticas corruptas de médicos, profesores y
en general empleados con alguna responsabilidad, sutiles pero a la vez asumidas
como un mecanismo de funcionamiento tan natural como la vida misma; el bar, que
el padre empieza a frecuentar cuando su voluntad de superación flaquea; y sobre
todo el jardín, y la valla que delimitan la casa del niño y Eduard, su mejor
amigo, que tiene una posición económica desahogada y que sin embargo ellos atraviesan
con naturalidad, resistiéndose a que su amistad se vea condicionada por el
dinero.
Interesante
es el fuerte contrapunto que se plantea en la novela entre la vida un tanto
asilvestrada del niño en el pueblecito de los Cárpatos, por donde corretea a
pesar del frío, y lo que luego va a ser su confinamiento en un piso de una
ciudad dormitorio como Leganés, cuando no se atreva a salir a las calles,
supuestamente civilizadas pero muy peligrosas para un “sin papeles”.
En la
segunda mitad de la novela el niño se ve obligado a salir de su, a pesar de
todo, idealizado entorno natal, para vivir la aventura de la emigración. Escenas
que de alguna manera nos suenan conocidas se suceden con un ritmo fluido,
cuajadas de personajes tanto entrañables como odiosos, pero siempre con el
márchamo de lo realmente vivido: los compañeros de viaje en el autobús que
atraviesa Europa; el impacto de visitar los bien surtidos supermercados españoles
o los cristalinos aseos públicos franceses; los viejos conocidos que dan
alojamiento a la familia a su llegada a Madrid; los voluntarios de la ONG; los
primeros maestros que introducen al niño en el nuevo idioma; los nuevos
compañeros de clase para los que es “el rumano”; el miedo de vivir “sin papeles”;,…
A los
que nos gusta flagelarnos un poco analizando las carencias de los servicios
públicos españoles esta novela nos ofrece una visión enternecedoramente
positiva. El niño, impulsado por su madre desde pequeño a estudiar para “ser
alguien”, va a encontrar en las escuelas españolas una dura prueba de adaptación,
pero una cuya superación sí depende de él, y no de una estructura social rígida
como la de pueblo natal. Acostumbrado a los castigos corporales, la corrupción y
el clasismo de la escuela de su pueblo, los conatos de bullying y la xenofobia
que sufre en las aulas de ese colegio de barrio que podría ser cualquiera, en
el que los niños pueden hablar y moverse en las aulas (sic) hieren, pero no
matan.
Así
mismo la madre, más flexible que el padre, encuentra en la sociedad española
espacios de libertad que le permiten vivir una vida diferente, más autónoma, a
diferencia de la subordinación (económica, social) en la que había vivido
antes. Una cierta ingenuidad sobre el “sueño europeo” recorre toda la novela, y
nos obliga a recordar lo importante que es mantener vivo ese sueño de una
Europa solidaria y próspera.
En
suma, como decía al principio, no hay nada demasiado sorprendente, nada original:
es una historia sobre la emigración mil veces leída o vista en cine. Y sin embargo
la historia me atrapó por completo, ya que tiene la fuerza de lo real, elaborado
con un lenguaje directo y una honestidad muy refrescante: se trata de una
historia personal, con la que el autor no intenta establecer generalizaciones ni
defender ninguna tesis, ni siquiera hacer una crítica concreta, y desde luego no
tiene pretensiones de explicar las causas del fenómeno migratorio ni las
consecuencias en los que se van y en los que se quedan, sino contar el impacto
que sobre él, como niño, tuvo dejar la Rumanía rural por la gran ciudad
española. Una microhistoria que, a mi entender, encuentra en esa sencillez y
sinceridad desarmante su punto fuerte: es una historia cualquiera de las que
todos los días ocurren a personas a nuestro alrededor.
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