Francisco Villalba
Descubrir que había adquirido la curiosa facultad de atravesar las paredes no tuvo para Dutilleul nada de extraordinario. Además, amenazaba con perturbar su discreta y apacible existencia. Pero cierta situación le indujo a echar mano de sus poderes, y ya entonces nos barruntábamos que podría acabar enganchado, lo que efectivamente ocurrió, con las consecuencias que ustedes descubrirán si llegan a conocer sus aventuras.
“El hombre que atravesaba las paredes” es el primero de la serie de relatos de Marcel Aymé, agrupados con el mismo título, editada por Argos Vergara en 1983. La edición original, “Le passe-muraille” data de 1943.
La protagonista del siguiente relato también está capacitada para subvertir las leyes de la física. Se llama Sabina, y posee el don de la ubicuidad. Al igual que Dutilleul, Sabina sucumbe ante la tentación, en este caso la de multiplicarse por doquier. Y ya les anticipo que tiende a la ninfomanía.
En los dos textos siguientes, consistentes en fantasías basadas en la manipulación del tiempo, no percibo la misma naturalidad que en el resto de historias. La pujanza se recupera con la siguiente narración, “El proverbio”, en la cual no hay alucinaciones físicas ni temporales, sino una situación doméstica que transita de la tensión a la jovialidad. Puede parecer poco original, pero el tratamiento es magnífico. Especialmente estremecedora es la amenaza latente en la última frase del relato.
El libro se completa con otros cuatro cuentos, todos deliciosos y con mayor o menor delirio, cada cual con una temática diferente. La melancolía llega al final, en un último relato nombrado “El último”, cuya última frase son las últimas palabras dichas por alguien que siempre llegaba el último.
Las historias de Aymé son ligeras, intrascendentes, suavemente irónicas y grotescas, a veces no tan suavemente. Pero no falta el dramatismo, y siempre quedan por ahí sombras extrañas, aunque de manera contenida, siempre con un guiño de calidez. Uno de los géneros cultivados por Aymé es el cuento infantil. Convertida a una temática adulta, los relatos del “Pasa-murallas” contienen la frágil desmesura de un buen cuento infantil. Casi todas las historias admiten una lectura moral o sociológica, pero no creo que Aymé pretenda exponer tesis o ideas, más bien las neutraliza y juega con ellas.
El inconveniente para conocer en lengua española a Dutilleul, las Sabinas, y los demás, es que solo puede ser en páginas amarilleadas por el tiempo, bien prestadas o bien reposando en algún recóndito estante de alguna ignota librería de segunda mano. Bueno, no tan ignota, que para eso está el internet.
“El hombre que atravesaba las paredes” es el primero de la serie de relatos de Marcel Aymé, agrupados con el mismo título, editada por Argos Vergara en 1983. La edición original, “Le passe-muraille” data de 1943.
La protagonista del siguiente relato también está capacitada para subvertir las leyes de la física. Se llama Sabina, y posee el don de la ubicuidad. Al igual que Dutilleul, Sabina sucumbe ante la tentación, en este caso la de multiplicarse por doquier. Y ya les anticipo que tiende a la ninfomanía.
En los dos textos siguientes, consistentes en fantasías basadas en la manipulación del tiempo, no percibo la misma naturalidad que en el resto de historias. La pujanza se recupera con la siguiente narración, “El proverbio”, en la cual no hay alucinaciones físicas ni temporales, sino una situación doméstica que transita de la tensión a la jovialidad. Puede parecer poco original, pero el tratamiento es magnífico. Especialmente estremecedora es la amenaza latente en la última frase del relato.
El libro se completa con otros cuatro cuentos, todos deliciosos y con mayor o menor delirio, cada cual con una temática diferente. La melancolía llega al final, en un último relato nombrado “El último”, cuya última frase son las últimas palabras dichas por alguien que siempre llegaba el último.
Las historias de Aymé son ligeras, intrascendentes, suavemente irónicas y grotescas, a veces no tan suavemente. Pero no falta el dramatismo, y siempre quedan por ahí sombras extrañas, aunque de manera contenida, siempre con un guiño de calidez. Uno de los géneros cultivados por Aymé es el cuento infantil. Convertida a una temática adulta, los relatos del “Pasa-murallas” contienen la frágil desmesura de un buen cuento infantil. Casi todas las historias admiten una lectura moral o sociológica, pero no creo que Aymé pretenda exponer tesis o ideas, más bien las neutraliza y juega con ellas.
El inconveniente para conocer en lengua española a Dutilleul, las Sabinas, y los demás, es que solo puede ser en páginas amarilleadas por el tiempo, bien prestadas o bien reposando en algún recóndito estante de alguna ignota librería de segunda mano. Bueno, no tan ignota, que para eso está el internet.
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