José Miguel García de Fórmica
En 1878, Verne publicó una novela que durante mucho tiempo
se situó entre las favoritas de sus lectores, pero a la que el tiempo está
eclipsando de modo implacable. El planteamiento que eligió es soberbio: el
viaje en principio plácido que emprende el Pilgrim
desde Nueva Zelanda a California acaba convirtiéndose en una odisea de la
angustia cuando, intentando cazar una ballena, perece toda la tripulación, quedando a bordo tan
solo el grumete, un grupo de trabajadores negros a quienes habían rescatado
previamente del mar, la esposa del armador con su hijo pequeño y un primo
entomólogo que no es sino un niño grande. Una odisea porque el único adulto con
conocimientos marinos que sigue en el barco, el cocinero Negoro, altera la brújula
y engaña a los pasajeros del barco hasta llevarlos al África negra de los
tratantes de los esclavos. Verne, desde luego, estaba sobradamente dotado para
este tipo de dramaturgia, como demuestra una de sus primeras obras maestras, Aventuras del capitán Hatteras, todo un
prodigio de atmósfera de incontenible tensión moral en el terreno de la
exploración polar. Sin embargo, si Un
capitán de quince años no consigue estar a la altura de las mejores obras de su autor, en buena medida es
porque su sustancia narrativa está subordinada al fastidioso propósito con que
fue concebida, y que no es ese propósito formativo que baña todos los Viajes extraordinarios, sino una
intención muy concreta: hacer del protagonista un retrato del hijo soñado, por
contraste con las preocupaciones y sinsabores que le daba el real, Michel, al
tiempo que ofrecía a este y a toda la juventud un modelo de conducta.
El nombre de la novela es suficientemente explicativo: descartando
al tenebroso Negoro (dibujado como villano desde su misma presentación), todos
a bordo confían la suerte de la navegación, y por tanto el liderazgo de la
empresa, al joven Dick Sand, el grumete. De entrada, me imagino a Michel Verne
riéndose a mandíbula batiente del modelo
que su padre trazaba ante él. Pues por mucho que uno recuerde a Dick Sand, ante
todo, por su intrepidez y energía, lo cierto es que su trayectoria como capitán
es la crónica de un fracaso tras otro. Dick es engañado con impune facilidad
por los dos únicos adultos a los que no seduce su condición de «pequeño gran adulto»,
es decir, al señalado Negoro y al
tratante Harris. El primero se las arregla para que Dick lleve el Pilgrim no a las costas de América sino
a las de África (que ya es desviarse sin sospechar nada, por inexperto que sea
el marino), y el primero por hacer pasar el continente negro por el continente
hispano, internándolo en la selva hasta caer en manos de los traficantes de
esclavos. Es más, el rescate del grupo llegará mucho después a manos del gigantón
Hércules, uno de los negros del grupo, y no de él: en su haber, al menos, puede
señalarse que, ante el último peligro que viven sus supuestos protegidos (el
ataque de unos indígenas en mitad de un río), él es quien los salva gracias a
un oportuno disparo que precipita a estos por una catarata.
Es irónico que este educador de la juventud
fuera más bien incapaz de trazar retratos creíbles de niños o adolescentes (de
esto es buena muestra su novela sobre náufragos infantiles Dos años de vacaciones). Tal vez por ello, el escritor no acierta a
dibujar a Dick Sand (salvo en determinados momentos) como el héroe
incompleto que realmente es: un héroe en potencia que todavía no está en
condiciones de serlo porque, vitalmente, es demasiado pronto para él, con la
consiguiente zozobra interior que produce en él la distancia entre el hombre
seguro que su sentido de la responsabilidad le exige ser y el adolescente
inseguro que en realidad es. El problema es que Verne libra a su personaje
cuanto puede de esa necesaria fragilidad y esto le arrebata la vulnerabilidad
que lo hubiera hecho más creíble.
Un capitán de quince
años carece de la grandiosidad que asociamos a los mejores ejemplares
vernianos, si bien eso no impide que
la leamos con grato placer. La diversidad de los escenarios, de los marinos a
los terrestres, se basta para mantener siempre la atención de la peripecia,
pero es evidente que lo mejor, lo que a Verne le interesaba más, se encuentra
en su segunda mitad: en su llegada a tierras africanas. Desde el momento en que
los náufragos del Pilgrim se internan
en la falsa Sudamérica, la novela por fin se inviste del sentido de angustiosa
incertidumbre que requería la historia de esos seres zarandeados por el destino,
sobre todo a partir de ese espléndido capítulo en que los protagonistas quedan
atrapados en un termitero donde se han refugiado de la lluvia tropical y por el
que va penetrando el agua procedente de la inundación exterior.
En manos ya de
Negoro, la descripción de esos escenarios marcados por el tráfico de esclavos
resulta notable, tanto durante la larga marcha hacia el poblado de Kazonde —cuyo
dramatismo es subrayado por Verne mediante un notable recurso estilístico:
ceder la narración a las notas tomadas por el propio Dick Sand, deparando así
un conseguido sentido de la inmediatez, como prueba el memorable ataque nocturno de los cocodrilos a los
desdichados esclavos en plena llanura inundada— como el dibujo de este cuartel
general de los negreros, sobre todo de la corte del reyezuelo indígena al que
los tratantes tienen en perpetua embriaguez. Si toda la novela hubiera sido
como estos momentos, Un capitán de quince
años seguiría figurando como uno de los grandes títulos de su autor, pero
cuando menos nos deja a los vernianos un viaje, si no extraordinario, sí de lo
más estimable.
¡Enhorabuena! Me ha encantado la reseña.
ResponderEliminarPerdón por la tardanza en responder, pero ¡muchas gracias!
EliminarComo leí todo el libro y puedo dar mi opinión voy a decir que el libro me gusto, es muy fácil y se me hizo fluida la lectura. Igual hay mejores libros de Julio Verne.
ResponderEliminarNo lei el libro porque no tuve tiempo ya que tenia muchisima tarea para hacer.
ResponderEliminarMe gusto el libro porque siempre te deja con ganas de seguir leyendo, creo que sería un libro que podría leer por voluntad propia y lo único que no me gusta es qué hay momentos como en la caminata en la selva africana en la que durante varios capítulos nada sucede (Manuel gestido)
ResponderEliminarNo es mi libro favorito de Julio Verne, pero en si me encanto la historia, me gusto la evolución del personaje de Dick y de su rol como capitán. No me gusta mucho que hayan capítulos en que no haya mucha acción o no pase absolutamente nada y, en vez de eso haya información extra que a lo mejor no me interesaba o simplemente como no eran ni cortos ni largos los capítulos, se me hacían muy aburridos. Me hubiese gustado mucho haberlo leído por voluntad propia. Pero fuera de eso me gusto mucho.
ResponderEliminar(Juan Cruz Ferro Delgado)