Benito Arias
Después de terminar la relectura de El hombre sin atributos dejo pasar unos días pensando qué podría destacar de este libro enorme en todos los sentidos, con el límite de los pocos párrafos que nos permitimos en estas reseñas. Empezaré con un poco de "mirada retrospectiva": tengo la edición en cuatro volúmenes de la foto, la que por primera vez puso a disposición del lector español la novela de Musil con los capítulos en estado de borrador o corregidos pero no publicados e incluso distintas variaciones de algún motivo importante. Llevo leyendo estos libros muchos años, empecé en los 80, y aunque el primer tomo del primer volumen original parecía contener grandes virtudes, me aburrió entonces su enrevesado discurso, lo releí más tarde; pero no fue hasta la década de los noventa cuando me zampé la obra entera en unos pocos meses con el verano del 95 como epicentro. En esa ávida lectura me fascinó el retablo de la Viena prebélica, de la incongruente Kakania que va camino de disolverse al igual que el Imperio Austro-húngaro que le sirve de obvio modelo; pero sobre todo me intrigó la interrelación de unos personajes tan complejos como el protagonista Ulrich y su determinación de hacer algo interesante con su vida o suicidarse, así como los calamitosos políticos de la Acción Paralela, el industrial Arnheim, la bella prima de Ulrich, a la que llama Diotima, el matrimonio de amigos Walter y Clarisse y tantos otros, cada uno representando un tipo al modo de Shakespeare, y aupando a la novela por obra del intelectual Ulrich que enmascara al propio Musil a la cima de las novelas filosóficas. A este respecto, creo que sólo la puede mirar de frente la Recherche de Proust, aunque Proust es más psicólogo y Musil filósofo, tal vez a su pesar, ya que siempre se reivindicó a sí mismo como novelista. Sin embargo, la facilidad con que el suceso más pequeño despierta el éxtasis especulativo del narrador, de Ulrich y sus compañeros, lleva a pensar que las ideas surgen si no antes, al menos a la vez que las circunstancias en las que se encarnan. Musil es un gran novelista, no le falta nada: controla los personajes, lleva la acción con mano firme, describe como un maestro que no está pendiente de sus recursos, y la novela tiene un argumento muy claro y unos personajes perfectamente definidos; pero además de todo ello nunca deja de ensayar, casi en cada capítulo, y a veces hasta se sirve de estratagemas (cuadernos de diarios y bosquejos de ensayos, múltiples conversaciones platónicas...) para seguir especulando por mucho que ello retrase la acción y aunque la novela se alargue hasta quedar inconclusa a su muerte en 1942.
Personalmente, y después de una segunda lectura íntegra, que se ha ido ralentizando a medida que me acercaba a los últimos capítulos escritos en vida, y sobre todo una vez inmerso en la pequeña selva de esbozos y fragmentos, creo que el mayor logro de la obra está en el tomo primero publicado en vida de Musil, en 1930, que corresponde a los dos primeros de esta edición que manejo o al primero de la edición actual en dos volúmenes. Está íntegramente traducido por José M.(aría) Sáenz (no cofundir con Miguel Sáenz), un traductor del que poco se sabe. Yendo a contracorriente, ya que lo normal es criticarla, su traducción algo libre e interpretativa de las primeras 800 páginas de la novela me parece muy estimable. Eso sí, tiene que gustar la prosa al estilo de Benet o Marías en castellano, porque la que consigue José María Sáenz-Musil no queda muy lejos de ahí, y no por ello es especialmente oscura, incluso creo que tiñe el libro con un tono que desaparece al pasar a Feliu Formosa en el tercer volumen o a Pedro Madrigal en el cuarto, con los que seguramente se gane en exactitud, no sabría decirlo, pero yo al menos pierdo eso que hoy llaman por todos lados "las sensaciones". Aun con sus errores de interpretación, el estilo de Sáenz, con su fraseo laberíntico pero correcto, ha fijado para mí el estilo del propio Musil (algo parecido me pasa en la Recherche con Salinas y Quiroga Plà, frente a Consuelo Berges). Como muestra un detalle: se ha criticado mucho la ocurrencia de traducir Eigenschaften como atributos (en sentido aristotélico), que a mí sin embargo me parece mucho más sugerente y fiel al sentido de la novela que las empiristas "cualidades".
El obligado debate es por qué no llegó a terminar Musil su novela, máxime teniendo en cuenta las presiones de todo tipo, especialmente económicas, que hubo de soportar en los veintitantos años que dedicó casi en exclusiva a la obra. Es un tema de indudable interés pero de imposible respuesta. Lo mismo podemos afirmar que estaba lejísimos de una conclusión satisfactoria como de lo contrario, siempre y cuando hubiera renunciado o cerrado algunos motivos abiertos. Se comprende que la relación amorosa entre Ulrich y Agathe no tiene solución, son hermanos y la sociedad y la moral no permitirían su unión. En efecto, el capítulo con que acaba la edición española, redactado en los años 20 y titulado "Viaje al paraíso", expone de una manera que nunca llegó a concretarse en los capítulos aceptados para publicación la relación sexual entre los hermanos, pero también el arrepentimiento y la falta de futuro para ellos. Es un incesto, reconocen, ¿qué porvenir, en efecto, pueden tener? Ulrich anima a Agathe a buscarse otro hombre al final de ese capítulo, en el que se pasa del éxtasis a la más crasa amargura. Así pues, varios lustros después de esa variante, Musil no parece desde luego contemplar ese final, sino dirigirse a una problematización teórica del amor y la vida ética, de ahí la enervante secuencia de visitas al moralista Lindner por parte de Agathe, antes de cansarse de él (en los esbozos). Finalmente, el amor del andrógino, la Acción Paralela, Moosbrugger y Clarisse no han terminado de cuajar en la larga preparación de la novela. Por ejemplo, se sabe que Musil planeaba una relación infausta para el asesino Moosbrugger y la nietzscheana Clarisse, pero al final apenas se vislumbra cómo llegará a darle cabida en una obra cada vez más elíptica y volcada en meandros abiertos.
Podría ser que el estado final de la obra, llamando o apelando al lector a completarla, sea un atributo o una cualidad que la acercan a la estética del fragmento y el bosquejo, del ensayismo y la experimentación. Por supuesto que, como lectores, podemos ir cerrando tramas por nuestra cuenta, aunque nuestras soluciones disten mucho de lo que planeaba el autor, y por cierto que eso es algo en lo que nadie podría tener la última palabra. Lo interesante no es si está completa o incompleta la novela, lo fundamental, tal y como está ahora mismo, es que nos va a ocupar la vida entera: una lectura circular, que nada más acabar ya está pidiendo que volvamos al principio. Hay pocos libros tan ricos en situaciones, personajes y meditaciones, y ninguno que haya fusionado de un modo tan exitoso a la filosofía entendida como ensayo con el arte de la novela.
Personalmente, y después de una segunda lectura íntegra, que se ha ido ralentizando a medida que me acercaba a los últimos capítulos escritos en vida, y sobre todo una vez inmerso en la pequeña selva de esbozos y fragmentos, creo que el mayor logro de la obra está en el tomo primero publicado en vida de Musil, en 1930, que corresponde a los dos primeros de esta edición que manejo o al primero de la edición actual en dos volúmenes. Está íntegramente traducido por José M.(aría) Sáenz (no cofundir con Miguel Sáenz), un traductor del que poco se sabe. Yendo a contracorriente, ya que lo normal es criticarla, su traducción algo libre e interpretativa de las primeras 800 páginas de la novela me parece muy estimable. Eso sí, tiene que gustar la prosa al estilo de Benet o Marías en castellano, porque la que consigue José María Sáenz-Musil no queda muy lejos de ahí, y no por ello es especialmente oscura, incluso creo que tiñe el libro con un tono que desaparece al pasar a Feliu Formosa en el tercer volumen o a Pedro Madrigal en el cuarto, con los que seguramente se gane en exactitud, no sabría decirlo, pero yo al menos pierdo eso que hoy llaman por todos lados "las sensaciones". Aun con sus errores de interpretación, el estilo de Sáenz, con su fraseo laberíntico pero correcto, ha fijado para mí el estilo del propio Musil (algo parecido me pasa en la Recherche con Salinas y Quiroga Plà, frente a Consuelo Berges). Como muestra un detalle: se ha criticado mucho la ocurrencia de traducir Eigenschaften como atributos (en sentido aristotélico), que a mí sin embargo me parece mucho más sugerente y fiel al sentido de la novela que las empiristas "cualidades".
El obligado debate es por qué no llegó a terminar Musil su novela, máxime teniendo en cuenta las presiones de todo tipo, especialmente económicas, que hubo de soportar en los veintitantos años que dedicó casi en exclusiva a la obra. Es un tema de indudable interés pero de imposible respuesta. Lo mismo podemos afirmar que estaba lejísimos de una conclusión satisfactoria como de lo contrario, siempre y cuando hubiera renunciado o cerrado algunos motivos abiertos. Se comprende que la relación amorosa entre Ulrich y Agathe no tiene solución, son hermanos y la sociedad y la moral no permitirían su unión. En efecto, el capítulo con que acaba la edición española, redactado en los años 20 y titulado "Viaje al paraíso", expone de una manera que nunca llegó a concretarse en los capítulos aceptados para publicación la relación sexual entre los hermanos, pero también el arrepentimiento y la falta de futuro para ellos. Es un incesto, reconocen, ¿qué porvenir, en efecto, pueden tener? Ulrich anima a Agathe a buscarse otro hombre al final de ese capítulo, en el que se pasa del éxtasis a la más crasa amargura. Así pues, varios lustros después de esa variante, Musil no parece desde luego contemplar ese final, sino dirigirse a una problematización teórica del amor y la vida ética, de ahí la enervante secuencia de visitas al moralista Lindner por parte de Agathe, antes de cansarse de él (en los esbozos). Finalmente, el amor del andrógino, la Acción Paralela, Moosbrugger y Clarisse no han terminado de cuajar en la larga preparación de la novela. Por ejemplo, se sabe que Musil planeaba una relación infausta para el asesino Moosbrugger y la nietzscheana Clarisse, pero al final apenas se vislumbra cómo llegará a darle cabida en una obra cada vez más elíptica y volcada en meandros abiertos.
Podría ser que el estado final de la obra, llamando o apelando al lector a completarla, sea un atributo o una cualidad que la acercan a la estética del fragmento y el bosquejo, del ensayismo y la experimentación. Por supuesto que, como lectores, podemos ir cerrando tramas por nuestra cuenta, aunque nuestras soluciones disten mucho de lo que planeaba el autor, y por cierto que eso es algo en lo que nadie podría tener la última palabra. Lo interesante no es si está completa o incompleta la novela, lo fundamental, tal y como está ahora mismo, es que nos va a ocupar la vida entera: una lectura circular, que nada más acabar ya está pidiendo que volvamos al principio. Hay pocos libros tan ricos en situaciones, personajes y meditaciones, y ninguno que haya fusionado de un modo tan exitoso a la filosofía entendida como ensayo con el arte de la novela.
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