Ir al contenido principal

EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS (Robert Musil, 1930-1942)


Benito Arias

   Después de terminar la relectura de El hombre sin atributos dejo pasar unos días pensando qué podría destacar de este libro enorme en todos los sentidos, con el límite de los pocos párrafos que nos permitimos en estas reseñas. Empezaré con un poco de "mirada retrospectiva": tengo la edición en cuatro volúmenes de la foto, la que por primera vez puso a disposición del lector español la novela de Musil con los capítulos en estado de borrador o corregidos pero no publicados e incluso distintas variaciones de algún motivo importante. Llevo leyendo estos libros muchos años, empecé en los 80, y aunque el primer tomo del primer volumen original parecía contener grandes virtudes, me aburrió entonces su enrevesado discurso, lo releí más tarde; pero no fue hasta la década de los noventa cuando me zampé la obra entera en unos pocos meses con el verano del 95 como epicentro. En esa ávida lectura me fascinó el retablo de la Viena prebélica, de la incongruente Kakania que va camino de disolverse al igual que el Imperio Austro-húngaro que le sirve de obvio modelo; pero sobre todo me intrigó la interrelación de unos personajes tan complejos como el protagonista Ulrich y su determinación de hacer algo interesante con su vida o suicidarse, así como los calamitosos políticos de la Acción Paralela, el industrial Arnheim, la bella prima de Ulrich, a la que llama Diotima, el matrimonio de amigos Walter y Clarisse y tantos otros, cada uno representando un tipo al modo de Shakespeare, y aupando a la novela por obra del intelectual Ulrich que enmascara al propio Musil a la cima de las novelas filosóficas. A este respecto, creo que sólo la puede mirar de frente la Recherche de Proust, aunque Proust es más psicólogo y Musil filósofo, tal vez a su pesar, ya que siempre se reivindicó a sí mismo como novelista. Sin embargo, la facilidad con que el suceso más pequeño despierta el éxtasis especulativo del narrador, de Ulrich y sus compañeros, lleva a pensar que las ideas surgen si no antes, al menos a la vez que las circunstancias en las que se encarnan. Musil es un gran novelista, no le falta nada: controla los personajes, lleva la acción con mano firme, describe como un maestro que no está pendiente de sus recursos, y la novela tiene un argumento muy claro y unos personajes perfectamente definidos; pero además de todo ello nunca deja de ensayar, casi en cada capítulo, y a veces hasta se sirve de estratagemas (cuadernos de diarios y bosquejos de ensayos, múltiples conversaciones platónicas...) para seguir especulando por mucho que ello retrase la acción y aunque la novela se alargue hasta quedar inconclusa a su muerte en 1942.
   Personalmente, y después de una segunda lectura íntegra, que se ha ido ralentizando a medida que me acercaba a los últimos capítulos escritos en vida, y sobre todo una vez inmerso en la pequeña selva de esbozos y fragmentos, creo que el mayor logro de la obra está en el tomo primero publicado en vida de Musil, en 1930, que corresponde a los dos primeros de esta edición que manejo o al primero de la edición actual en dos volúmenes. Está íntegramente traducido por José M.(aría) Sáenz (no cofundir con Miguel Sáenz), un traductor del que poco se sabe. Yendo a contracorriente, ya que lo normal es criticarla, su traducción algo libre e interpretativa de las primeras 800 páginas de la novela me parece muy estimable. Eso sí, tiene que gustar la prosa al estilo de Benet o Marías en castellano, porque la que consigue José María Sáenz-Musil no queda muy lejos de ahí, y no por ello es especialmente oscura, incluso creo que tiñe el libro con un tono que desaparece al pasar a Feliu Formosa en el tercer volumen o a Pedro Madrigal en el cuarto, con los que seguramente se gane en exactitud, no sabría decirlo, pero yo al menos pierdo eso que hoy llaman por todos lados "las sensaciones". Aun con sus errores de interpretación, el estilo de Sáenz, con su fraseo laberíntico pero correcto, ha fijado para mí el estilo del propio Musil (algo parecido me pasa en la Recherche con Salinas y Quiroga Plà, frente a Consuelo Berges). Como muestra un detalle: se ha criticado mucho la ocurrencia de traducir Eigenschaften como atributos (en sentido aristotélico), que a mí sin embargo me parece mucho más sugerente y fiel al sentido de la novela que las empiristas "cualidades".
   El obligado debate es por qué no llegó a terminar Musil su novela, máxime teniendo en cuenta las presiones de todo tipo, especialmente económicas, que hubo de soportar en los veintitantos años que dedicó casi en exclusiva a la obra. Es un tema de indudable interés pero de imposible respuesta. Lo mismo podemos afirmar que estaba lejísimos de una conclusión satisfactoria como de lo contrario, siempre y cuando hubiera renunciado o cerrado algunos motivos abiertos. Se comprende que la relación amorosa entre Ulrich y Agathe no tiene solución, son hermanos y la sociedad y la moral no permitirían su unión. En efecto, el capítulo con que acaba la edición española, redactado en los años 20 y titulado "Viaje al paraíso", expone de una manera que nunca llegó a concretarse en los capítulos aceptados para publicación la relación sexual entre los hermanos, pero también el arrepentimiento y la falta de futuro para ellos. Es un incesto, reconocen, ¿qué porvenir, en efecto, pueden tener? Ulrich anima a Agathe a buscarse otro hombre al final de ese capítulo, en el que se pasa del éxtasis a la más crasa amargura. Así pues, varios lustros después de esa variante, Musil no parece desde luego contemplar ese final, sino dirigirse a una problematización teórica del amor y la vida ética, de ahí la enervante secuencia de visitas al moralista Lindner por parte de Agathe, antes de cansarse de él (en los esbozos). Finalmente, el amor del andrógino, la Acción Paralela, Moosbrugger y Clarisse no han terminado de cuajar en la larga preparación de la novela. Por ejemplo, se sabe que Musil planeaba una relación infausta para el asesino Moosbrugger y la nietzscheana Clarisse, pero al final apenas se vislumbra cómo llegará a darle cabida en una obra cada vez más elíptica y volcada en meandros abiertos.
   Podría ser que el estado final de la obra, llamando o apelando al lector a completarla, sea un atributo o una cualidad que la acercan a la estética del fragmento y el bosquejo, del ensayismo y la experimentación. Por supuesto que, como lectores, podemos ir cerrando tramas por nuestra cuenta, aunque nuestras soluciones disten mucho de lo que planeaba el autor, y por cierto que eso es algo en lo que nadie podría tener la última palabra. Lo interesante no es si está completa o incompleta la novela, lo fundamental, tal y como está ahora mismo, es que nos va a ocupar la vida entera: una lectura circular, que nada más acabar ya está pidiendo que volvamos al principio. Hay pocos libros tan ricos en situaciones, personajes y meditaciones, y ninguno que haya fusionado de un modo tan exitoso a la filosofía entendida como ensayo con el arte de la novela.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL MAPA Y EL TERRITORIO (Michel Houellebecq, 2010)

Benito Arias     Continúo mi recorrido por la obra de Houellebecq, a menudo relecturas, con esta novela que me fatigó en su día y que ahora al regresar a ella en otras condiciones (la primera vez fue en digital, ahora en papel) me ha gustado bastante. Primera apreciación, por tanto: las obras saben distinto según el formato en que las leemos, y la lectura apresurada en formato electrónico, que suele hacerse en circunstancias incómodas, a ratos perdidos y muchas veces asediados por los ruidos, a la larga perjudica la valoración y el disfrute de unos libros que no hempos leído propiamente como tales.     Lo primero que se suele destacar de esta novela es cierta sorpresa por haber dado con una novela clásica firmada por el post-moderno Houellebecq. En efecto, escrita en tercera persona, extensa, galardonada con un premio como el Goncourt, sin apenas contenido sexual y centrada sobre todo en un personaje claramente distinto del propio autor, parece una novela sin más, no las rare

EL HOMBRE QUE ATRAVESABA LAS PAREDES (Marcel Aymé, 1943)

Francisco Villalba    Descubrir que había adquirido la curiosa facultad de atravesar las paredes no tuvo para Dutilleul nada de extraordinario. Además, amenazaba con perturbar su discreta y apacible existencia. Pero cierta situación le indujo a echar mano de sus poderes, y ya entonces nos barruntábamos que podría acabar enganchado, lo que efectivamente ocurrió, con las consecuencias que ustedes descubrirán si llegan a conocer sus aventuras.    “El hombre que atravesaba las paredes” es el primero de la serie de relatos de Marcel Aymé, agrupados con el mismo título, editada por Argos Vergara en 1983. La edición original, “Le passe-muraille” data de 1943.    La protagonista del siguiente relato también está capacitada para subvertir las leyes de la física. Se llama Sabina, y posee el don de la ubicuidad. Al igual que Dutilleul, Sabina sucumbe ante la tentación, en este caso la de multiplicarse por doquier. Y ya les anticipo que tiende a la ninfomanía.    En los dos textos siguient

REBELIÓN EN LA GRANJA vs. 1984 (George Orwell, 1945 y 1949)

José Miguel García de Fórmica   «Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático», escribió George Orwell, el hombre que, haciendo honor a esas palabras, concibió las dos mayores diatribas antitotalitarias más conocidas de la literatura, Rebelión en la granja y 1984 . Es decir, Orwell las dirigió contra esa variante del totalitarismo que durante gran parte del siglo XX tuvo visos de triunfar, el comunismo soviético (contra el totalitarismo fascista él ya había combatido personalmente, en la guerra civil española), que en el momento de redacción de esos libros emergía de la segunda guerra mundial en la cúspide de su prestigio. De hecho, y como él mismo denuncia en el prólogo que suele acompañar al primero de esos libros, le costó mucho trabajo encontrar un editor que publicara un panfleto tan evidente contra el ahora amigo soviético (uno de ellos le dijo que habría sido más fá

UN CAPITÁN DE QUINCE AÑOS (Julio Verne, 1878)

  José Miguel García de Fórmica    En 1878, Verne publicó una novela que durante mucho tiempo se situó entre las favoritas de sus lectores, pero a la que el tiempo está eclipsando de modo implacable. El planteamiento que eligió es soberbio: el viaje en principio plácido que emprende el Pilgrim desde Nueva Zelanda a California acaba convirtiéndose en una odisea de la angustia cuando, intentando cazar una ballena, perece toda la tripulación, quedando a bordo tan solo el grumete, un grupo de trabajadores negros a quienes habían rescatado previamente del mar, la esposa del armador con su hijo pequeño y un primo entomólogo que no es sino un niño grande. Una odisea porque el único adulto con conocimientos marinos que sigue en el barco, el cocinero Negoro, altera la brújula y engaña a los pasajeros del barco hasta llevarlos al África negra de los tratantes de los esclavos. Verne, desde luego, estaba sobradamente dotado para este tipo de dramaturgia, como demuestra una de sus primer

EL HOMBRE QUE CAYÓ EN LA TIERRA (Walter Tevis, 1963)

José Miguel García de Fórmica Acabo de pasar la última página de la novela y la dejo sobre la mesa, me siento a escribir en el ordenador y me entran ganas de servirme una ginebra (y no me gusta la ginebra) como homenaje al desdichado protagonista de El hombre que cayó en la Tierra (1963). La literatura es irónica: esta novela, que compré hace varios años sin mayor inquietud por leerla (lo hice por eso que llamamos «completismo», porque tenía un vago recuerdo de la película que inspiró con David Bowie de protagonista), y que he cogido al azar en estos días indolentes entre el final del verano y el comienzo de las clases, me ha proporcionado la más triste y melancólica reflexión sobre la soledad, cósmica en su sentido más literal, que he leído en mucho tiempo. Un conocimiento rutinario de su trama podría inducir a engaño: a creer que lo que va a contarnos el libro es la enésima historia del contacto que establece el representante de una raza del espacio con nuestro siempre co

LOS EMBAJADORES (Henry James, 1903)

Benito Arias     Los embajadores (1903) es la novela intermedia de la Gran Trilogía de Henry James, justo entre Las alas de la paloma (1902) y La copa dorada (1904), siendo considerada por el propio novelista (así lo manifiesta en el prólogo a Retrato de una dama ) su mejor obra, la más "proporcionada" y "redonda". Sería su obra cumbre, por tanto, dentro de la que suele considerarse también mejor etapa de su autor, claro que en esto hay división de opiniones, y aunque algunos comentaristas, como F. R. Leavis, votan por el Retrato (que el propio autor sitúa a este respecto justo después de Los embajadores ) y otras novelas previas a este estallido final, son más lo que optan por el periodo difícil, entre otros Percy Lubbock. Personalmente, creo que no estamos obligados a elegir, aunque en este caso tiendo a dar la razón a la mayoría. Por lo demás, es admirable la vastedad del legado de Henry James, y la altura de tantas de sus obras. Prácticamente no hay un

LA FLECHA NEGRA (Robert Louis Stevenson, 1883)

  José Miguel García de Fórmica   Tengo por mi guerra «favorita» una contienda de la que no tengo mayores conocimientos que los que me han dado dos obras literarias (y, por tanto, también cinematográficas). Una, claro, es el Ricardo III de Shakespeare (y de Laurence Olivier); la otra, una novelita de Robert Louis Stevenson que no suele figurar entre lo más conocido de su autor pero que es seguro que quien la haya leído habrá de recordarla siempre con el mayor de los placeres. La contienda es la Guerra de las Dos Rosas (que ya de por sí diríase un nombre inventado por un literato). La novelita, La flecha negra . El autor la publicó inicialmente en 1883, por entregas, en la misma revista y con el mismo seudónimo (el alias de Capitán George North) donde poco antes había hecho lo propio con la historia que por siempre le hizo ganar la inmortalidad, La isla del tesoro . No es casualidad, por tanto, que en ambas brille el mismo ímpetu narrativo, la misma alegría por el mero arte del rel

FORTUNATA Y JACINTA (Benito Pérez Galdós, 1887)

José Miguel García de Fórmica La posible reticencia que podamos sentir hacia ella solo porque en los manuales de literatura es calificada (por aquellos que es dudoso que hayan leído otra cosa que literatura «seria») como la novela más grande del siglo XIX español queda vencida solo con aplicar el único método para salir de dudas: leerla. Fortunata y Jacinta no sé si será la mejor novela de esa centuria, ni siquiera si la más destacada de Galdós, pero desde luego es una obra grandiosa, excepcional, inolvidable. Sorprendido justo en mitad del camino de su vida, el escritor canario la escribió con el convencimiento pleno de estar ejecutando una novela culminante en su trayectoria: como Auto de fe o Cien años de soledad o Los hermanos Karamázov , es una de estas que se llaman novelas-mundo , por ambición, por extensión, por el propósito de incluir en ella una completísima expresión del universo humano. Un universo encarnado en una ciudad, Madrid, más que nunca un personaje fu

LA AMANTE DE WITTGENSTEIN (David Markson, 1988)

Benito Arias    Con ese título, es imposible no interesarse por la novela. Aunque es un tanto enigmático, ya se sabe que Ludwig Wittgenstein (el filósofo del siglo XX) era homosexual y mistress no es el término apropiado para designar a una mujer supuestamente enamorada del filósofo. Sin embargo, la obra se titula Wittgenstein's Mistress , se publicó en 1988 y su autor, David Markson (1927-2010), sabía muy bien lo que hacía al elegir el título. Mistress es una amante dominadora, que violenta con sus acciones o con sus palabras al otro. También es una maestra. Kate, la voz de la novela, ejerce violencia sobre las obras de Wittgenstein, en concreto sobre el Tractatus , para enseñarnos un mensaje postmodernista y también muy claro, que todo es diverso, meramente aproximado y muy confuso. Si algo puede resumir la impresión general de esta novela es que Samuel Beckett ha decidido contarnos el Tractatus a su manera. En frases cortas y en párrafos breves de una sola o de pocas fras