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EL LIBRO DE LA RISA Y EL OLVIDO (Milan Kundera, 1978)


Benito Arias

   Milan Kundera es uno de mis autores favoritos, y aunque he llegado a él relativamente tarde, se ha instalado con fuerza en mis hábitos de relectura. Hay otros a los que también me he tomado de un trago, sin terminar agradecido hasta el punto de releerlos; pero Kundera, como Coetzee, Nooteboom o Musil es de los que están y espero que sigan estando siempre ahí, al alcance de mi mano.
   Dicho esto, me preocupa la suerte de sus novelas. Pasado el periodo de mayor fama, a finales de los ochenta y principios de los noventa del pasado siglo, y teniendo en cuenta su edad y la falta de novedades, podemos preguntarnos con Jonathan Coe cuán importante es su obra hoy en día, y tal vez prepararnos para un diagnóstico inestable como el sugerido por el novelista inglés, quien se hace eco de la crítica de misoginia en un ensayo de Joan Smith (el propio Coe le atribuye a Kundera un aire de "androcentrismo") que ataca a la novela que quiero comentar ahora.
   La califico de novela porque el propio autor así la defiende en su entrevista con Philip Roth (la más interesante de las pocas que ha concedido), pero en realidad es una sucesión de episodios con personajes y temas que ocasionalmente reaparecen en forma de variaciones sobre el tema que da título al libro. Se inspira para ello en la forma musical que tanto practicó Beethoven al final de su vida, y que Kundera sitúa magistralmente en el armazón de su propia obra, al tiempo que introduce reflexiones sobre su vida en forma de apuntes biográficos muy descarnados (especialmente el recuerdo de los últimos días de su padre, músico y pianista) y una propuesta metaliteraria no tan frecuente en 1978 como hoy en día. Se trata por tanto de una serie de relatos y al mismo tiempo un conjunto de ensayos sobre diversos temas (la política checa, el comunismo, la música, las posibilidades de la novela, el amor y el sexo) ejemplificados con historias picantes y trágicas, donde lo serio se ve siempre amenazado por la risa, lo solemne por lo ridículo. Las siete partes están compuestas por una serie de pequeños capítulos con un tono ligero en lo narrativo, aunque las reflexiones están muy pensadas. También los diálogos son tan ágiles que podrían parecer sencillos, y los asuntos tratados son los de siempre en Kundera, ya que esta novela es la primera de las consideradas obras mayores, la primera de la trilogía central (habría que unirla por tanto a La insoportable levedad del ser y a La inmortalidad), aunque yo la encuentro más cercana al espíritu de los cuentos sobre amores ridículos, y en concreto por el lado surrealista que prima en la sexta parte (tendencia que por fortuna es infrecuente en su obra) a La vida está en otra parte.
   Vayamos a la acusación de misoginia. Es sabido que la obra literaria de Kundera otorga mucho espacio al seductor, al varón que conquista y abandona mujeres o las mantiene para relaciones esporádicas, si bien puede caer preso de alguna de ellas, e incluso llegar a emparejarse y a la postre incluso permanecer fiel a una sola (como Tomás a Teresa). No todos los personajes varones son así, pero sin duda este es uno de los caracteres más llamativos. El donjuán de Kundera puede hacer sufrir a sus amantes, aunque no a conciencia, a menudo ni se entera de las consecuencias que desencandenan sus acciones sobre las mujeres. No se puede identificar a este arquetipo con el autor, obviamente; pero en la novela que nos ocupa relata un suceso en primera persona que ha llamado la atención de la crítica feminista. Gira alrededor de la situación personal de Kundera en Praga tras la invasión rusa y su caída en desgracia ante el aparato comunista. No podía publicar entonces, viéndose obligado a ejercer de ghost writer. Uno de sus trabajos, nos dice, lo consiguió gracias a su amiga R; pero cuando se descubrió el apaño ella lo cita para ponerse de acuerdo en las futuras declaraciones ante la policía política. Juntos en un apartamento prestado, la pobre amiga se descompone, literalmente, y empieza a visitar con frecuencia el servicio. En esos momentos, confiesa Kundera, lo poseyó "un furioso deseo de violarla" (pág. 103). Ese deseo no lo realiza, y de hecho lo califica de demencial y pasa a interpretarlo como una manifestación de la caída en la que estaba inmerso, como una forma de aferrarse a algo. Es normal que salten las alarmas leyendo el pasaje. Pero habría que relacionarlo con el curioso y muy literario catálogo de motivos de excitación sexual que en éste y en otros libros suyos nos encontramos (recuérdese la desopilante segunda parte de la novela, "Mamá"), y sobre todo con unos pasajes de la parte final del libro, donde interviene uno de sus seductores prototípicos, un tal Jan, que se prepara para emigrar a América y se está despidiendo también de su país. Las despedidas sentimentales son también sexuales, motivo por el cual aprovecha para acudir a una orgía privada en casa de una amiga, escena con la que se cierra el libro. Antes de este episodio, Jan reflexiona sobre la confrontación sexual del varón y la mujer, e introduce como rasgo extremo del impulso masculino el deseo de violación, y como respuesta femenina a la cosificación por parte del hombre, la capacidad de castración. El albañil, viene a decir muy gráficamente, usa al martillo para clavar clavos, puro símbolo del deseo masculino; pero puede ocurrir que el martillo se rebele y observe con dudas y sospechas el juego del albañil, llevando al hombre al otro lado de la frontera, y por tanto arruinando el encuentro. Jan confiesa haber vivido una época en que el "no" formaba parte del teatro de seducción; pero ese acuerdo tácito ya ha terminado, porque "la violación forma parte del erotismo, mientras que la castración es su negación" (pág. 275). En la ficción, dos oponentes distintos, un hombre y una mujer, combatirán esta tesis, lo que nos sugiere que Kundera es bien consciente tanto del extremismo de su personaje como de las réplicas posibles, y por lo demás estamos ahora en el terreno de la fábula. Pero si deja caer la bomba es porque desea advertirnos de que la solemnidad en el terreno de los encuentros eróticos (solemnidad que alcanza incluso a una orgía privada, conducida con reglas tan precisas que hacen estallar en risas al irónico Jan) podría llevar a que se pierda aquella libertad real de que se servían los amantes no adoctrinados en una libertad puramente formal. Si interpretamos la mirada del varón como cosificación, la rebelión de la cosa es la castración, y como resultado tenemos el fin del juego amoroso.
   Esto es sólo una intepretación, quizás benévola, de un declarado simpatizante. La verdad es que Kundera tiene muchos recovecos, sería una pena perdérselos sobrecargando la importancia de unos pocos pasajes, o peor, de unas líneas. La sospecha de misoginia pesa ya sobre toda la historia de la literatura occidental, y distinguir con cuidado los casos sin hundir reputaciones es una de las obligaciones de nuestra época.
   Hasta ahora había leído esta novela en la edición de Séix Barral; para esta nueva relectura he comprado la de Tusquets, revisada por Fernando de Valenzuela, su traductor del checo, a partir de la definitiva edición francesa revisada a su vez por el propio autor. Son muchos los cambios introducidos, que afectan tanto al estilo como por ejemplo a los títulos de los capítulos. Por lo demás, es una edición mucho más agradable y permite tener todas las novelas del autor en un elegante negro tusquetsino, como una mancha de perversión en el lateral de la biblioteca.

Comentarios

  1. El boom Kundera me pilló en un momento que como lector no atendía en absoluto a la literatura contemporánea, de modo que no lo leí, y hasta el día de hoy tengo esa laguna. Es más, me da la impresión (no sé si errada) de que el nombre de este escritor que entonces "había-que-leer" se ha ido difuminando con el tiempo. Si quiero entrar en su mundo, ¿por qué novela me recomiendas que lo haga: por la emblemática "La insoportable levedad del ser" o por la que comentas de modo tan sugerente?

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  2. Hola JM. Jonathan Coe recomienda para empezar con Kundera la novela que, curiosamente, menos me interesa, la última, La fiesta de la insignificancia. La mejor es La inmortalidad, la más representativa de su obra La insoportable levedad del ser, la peor conocida esta de la entrada, pero también son un buen comienzo los cuentos, o la trilogía final, o La despedida, que es ligera y muy bebible. La que menos me gusta es La vida está en otra parte, y la primera, La broma, es la más clásica, pero tiene la ventaja de contar con una buena adaptación al cine (mientras que la de La insoportable... está invalidada por el propio autor, aunque a mí no me parece tan mala). En fin. Si tuviera que elegir sólo un libro suyo sería La inmortalidad, esa que al parecer se le va a negar más pronto que tarde... Salvo en Francia, porque allí ya la ha ganado: su obra está editada en la mítica colección La Pléiade, en dos volúmenes de obras completas plegadas a su condición (inaudita en esta colección, que propone un canon de la literatura universal) de no llevar aparato crítico.

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