Francisco Villalba
Yvonne, fea y antipática muchacha, fuiste elegida princesa por el repentino capricho de un príncipe voluble e impulsivo. ¿Te agradaba? ¿Te resignabas? ¿Lo amabas? ¿Lo detestabas? ¿Hubieras podido oponerte? ¿Hubieras podido huir? Yvonne, Yvonne, ¿por qué no hablabas? Mejor dicho, ¿por qué casi no hablabas? ¿Eras capaz de pensar, Yvonne? ¿Te hubiera servido de algo pensar?
Yvonne, el coro cortesano que se formó a tu alrededor solo te pedía un poquito de expresividad, un pequeño gesto, una pizca de actitud, pero tú te mantuviste impávida, contemplativa, inexistente. Claro que se soliviantaban ante tu recóndita apatía, por supuesto que enloquecían por tu exasperante nulidad, naturalmente que deseaban golpearte, degradarte. ¡Yvonne! ¡Si hasta yo quise meterte un cate a ver si espabilabas!
Pero no, no podías comportarte de otra manera, Yvonne. Desgraciada Yvonne, ya no importaba que el príncipe hubiera decidido definitivamente sustituirte por Isabel, ya estaba en marcha tu imparable asesinato “por todo lo alto”. ¿Te mataron, te dejaste matar, te dejaste morir? Imposible saberlo. De todas maneras es lo mismo.
Te quiero, Yvonne. Además, me hiciste reír. Cuando el rey Ignacio intenta congeniar contigo y acaba asustándote (“¡no soy un lobo!”). Cuando el amago de asesinarte mientras duermes, todos alrededor de un triste cuchillo, cada uno a su bola (“¡adelante, Felipe, adelante, así aprenderá!”). Cuando el rey Ignacio lanza advertencias a los comensales sobre el riesgo de engullir las espinosas percas (“¡estoy diciendo que es peligroso!”). Etcétera.
Yo también terminé arrodillándome ante ti, Yvonne.
Yvonne, el coro cortesano que se formó a tu alrededor solo te pedía un poquito de expresividad, un pequeño gesto, una pizca de actitud, pero tú te mantuviste impávida, contemplativa, inexistente. Claro que se soliviantaban ante tu recóndita apatía, por supuesto que enloquecían por tu exasperante nulidad, naturalmente que deseaban golpearte, degradarte. ¡Yvonne! ¡Si hasta yo quise meterte un cate a ver si espabilabas!
Pero no, no podías comportarte de otra manera, Yvonne. Desgraciada Yvonne, ya no importaba que el príncipe hubiera decidido definitivamente sustituirte por Isabel, ya estaba en marcha tu imparable asesinato “por todo lo alto”. ¿Te mataron, te dejaste matar, te dejaste morir? Imposible saberlo. De todas maneras es lo mismo.
Te quiero, Yvonne. Además, me hiciste reír. Cuando el rey Ignacio intenta congeniar contigo y acaba asustándote (“¡no soy un lobo!”). Cuando el amago de asesinarte mientras duermes, todos alrededor de un triste cuchillo, cada uno a su bola (“¡adelante, Felipe, adelante, así aprenderá!”). Cuando el rey Ignacio lanza advertencias a los comensales sobre el riesgo de engullir las espinosas percas (“¡estoy diciendo que es peligroso!”). Etcétera.
Yo también terminé arrodillándome ante ti, Yvonne.
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