Benito Arias
Aunque desde su publicación en 1968 esta novela de Arthur C. Clarke ha vendido y sigue vendiendo millones de ejemplares en todo el mundo, su prestigio parece depender todavía de la película de Stanley Kubrick, de hecho se la toma a veces por una novelización del film, considerada hoy como la mayor obra de ciencia ficción de la historia del cine. Se pasan por alto de este modo las frecuentes observaciones del propio escritor inglés, quien sin restar nunca méritos al equivalente en imágenes, recuerda cómo estuvieron trabajando muchos años los dos, Kubrick y él mismo, al menos desde 1964, en el guión de la película, basado por cierto en un cuento suyo anterior, “El centinela”, escrito en 1948 y publicado en 1951: allí se recogía ya el motivo que después desarrollan tanto la película como la novela.
Al margen de las prioridades y de los pesos relativos de un autor y otro, la película tiene tantas virtudes visuales y artísticas en general que es justa merecedora de la fama que la rodea; pero la novela no es inferior en su campo, y podría reclamar dentro de la narrativa de ciencia ficción un estatuto análogo al de la película en el suyo, con la salvedad de que la competencia aquí es mucho mayor, y tal vez por ello, además de por la enorme fama del film, se la tiene algo aparcada. No creo que haya muchos novelistas de ciencia ficción que usen un lenguaje tan rico y preciso como Clarke en esta novela (es algo que llama la atención enseguida, a pesar de la traducción muy justita que tenemos en castellano); tampoco habrá muchas novelas capaces de colonizar el género hasta donde lo ha hecho 2001 con su perspectiva sobre algunos de los grandes temas de la literatura especulativa: la posibilidad de vida extraterrestre inteligente, los viajes en el espacio y en el tiempo, los límites de la inteligencia artificial y, de modo destacado, la futura evolución de la humanidad.
La película de Kubrick es portentosa, son tantos sus hallazgos que aun perteneciendo a una época rudimentaria del cine de ciencia ficción en el aspecto técnico, sigue pareciendo actual en casi todos sus detalles. Ahora bien, hay que reconocer en ella un exceso de oscuridad, de ambigüedad y, por qué no decirlo, de pretenciosidad, que por su parte no tiene la novela. Se ha dicho muchas veces que para entender la película hay que leer la novela, y desde luego es una observación acertada: en ella no encontraremos elipsis tan geniales como desasosegantes, ni escenas ambiguas, es más, gracias a la lectura atenta de la novela podremos apreciar en su justa medida de dónde surge la oscuridad del film y por qué esa oscuridad es admisible una vez comprendemos que el director ha tratado al espectador como un adulto capaz de pensar por sí mismo y, en todo caso, capaz de contrastar su obra con la novela y, por tanto, de disipar cualquier pregunta sobre el origen de los monolitos, sus manifestaciones, el comportamiento de HAL, el periplo de Bowman en contacto con el monolito de Saturno (Júpiter en la película) y su proceso de transformación. Todos esos puntos quedan explicados de una manera equilibrada en la novela, por ejemplo sin las precipitaciones finales de la película, y al mismo tiempo se debe destacar que en ocasiones Kubrick introdujo curiosas divergencias con respecto a la novela (el enfrentamiento entre Bowman y HAL, por ejemplo, y sobre todo la transformación de Bowman por efecto del monolito), divergencias que no superan en absoluto el desarrollo de la trama en la novela. En otras ocasiones es justo reconocer que la película añade momentos muy interesantes, como la graciosa videoconferencia a la Tierra y esa niñita pidiendo un teléfono para su cumpleaños. Todo es opinable, por supuesto; pero recuerdo muchas horas de discusión sobre los pasajes cruciales de la película que me podría haber ahorrado de haber leído previamente la novela. Un HAL angustiado y sometido a un conflicto de deberes, una evolución más allá del espacio y del tiempo lineales hacia otras formas de conciencia y de corporalidad, estos dos temas decisivos no están bien explicados en la obra de Kubrick, incluso la polémica imagen del feto al final de la película podremos seguir criticándola con más información si leemos la novela.
También es destacable el relato “El centinela”, que debería servir como pórtico imprescindible de esta Odisea Espacial, no se entiende por qué no se edita conjuntamente con la novela o bien con el ciclo completo de novelas. Su poesía y capacidad de impacto es mayor si no se sabe nada de lo que vino despúes, pero ahora eso ya es imposible, así que tiene un valor de prólogo ideal. En cuanto a 2001, tampoco se entiende por qué no está más valorada. De su autor siempre se cita más que ninguna otra la novela El fin de la infancia (1953), realmente magnífica pero ni mucho menos tan rica y elevada, o Cita con Rama (1973), más descriptiva y algo dura de leer; sin embargo, 2001: Una odisea del espacio (1968) no sólo es la novela por la que deberíamos empezar a leer a Arthur C. Clarke, sino que, de acuerdo con la redacción de Jot Down, es la novela con la que deberíamos empezar a leer ciencia ficción moderna.
Al margen de las prioridades y de los pesos relativos de un autor y otro, la película tiene tantas virtudes visuales y artísticas en general que es justa merecedora de la fama que la rodea; pero la novela no es inferior en su campo, y podría reclamar dentro de la narrativa de ciencia ficción un estatuto análogo al de la película en el suyo, con la salvedad de que la competencia aquí es mucho mayor, y tal vez por ello, además de por la enorme fama del film, se la tiene algo aparcada. No creo que haya muchos novelistas de ciencia ficción que usen un lenguaje tan rico y preciso como Clarke en esta novela (es algo que llama la atención enseguida, a pesar de la traducción muy justita que tenemos en castellano); tampoco habrá muchas novelas capaces de colonizar el género hasta donde lo ha hecho 2001 con su perspectiva sobre algunos de los grandes temas de la literatura especulativa: la posibilidad de vida extraterrestre inteligente, los viajes en el espacio y en el tiempo, los límites de la inteligencia artificial y, de modo destacado, la futura evolución de la humanidad.
La película de Kubrick es portentosa, son tantos sus hallazgos que aun perteneciendo a una época rudimentaria del cine de ciencia ficción en el aspecto técnico, sigue pareciendo actual en casi todos sus detalles. Ahora bien, hay que reconocer en ella un exceso de oscuridad, de ambigüedad y, por qué no decirlo, de pretenciosidad, que por su parte no tiene la novela. Se ha dicho muchas veces que para entender la película hay que leer la novela, y desde luego es una observación acertada: en ella no encontraremos elipsis tan geniales como desasosegantes, ni escenas ambiguas, es más, gracias a la lectura atenta de la novela podremos apreciar en su justa medida de dónde surge la oscuridad del film y por qué esa oscuridad es admisible una vez comprendemos que el director ha tratado al espectador como un adulto capaz de pensar por sí mismo y, en todo caso, capaz de contrastar su obra con la novela y, por tanto, de disipar cualquier pregunta sobre el origen de los monolitos, sus manifestaciones, el comportamiento de HAL, el periplo de Bowman en contacto con el monolito de Saturno (Júpiter en la película) y su proceso de transformación. Todos esos puntos quedan explicados de una manera equilibrada en la novela, por ejemplo sin las precipitaciones finales de la película, y al mismo tiempo se debe destacar que en ocasiones Kubrick introdujo curiosas divergencias con respecto a la novela (el enfrentamiento entre Bowman y HAL, por ejemplo, y sobre todo la transformación de Bowman por efecto del monolito), divergencias que no superan en absoluto el desarrollo de la trama en la novela. En otras ocasiones es justo reconocer que la película añade momentos muy interesantes, como la graciosa videoconferencia a la Tierra y esa niñita pidiendo un teléfono para su cumpleaños. Todo es opinable, por supuesto; pero recuerdo muchas horas de discusión sobre los pasajes cruciales de la película que me podría haber ahorrado de haber leído previamente la novela. Un HAL angustiado y sometido a un conflicto de deberes, una evolución más allá del espacio y del tiempo lineales hacia otras formas de conciencia y de corporalidad, estos dos temas decisivos no están bien explicados en la obra de Kubrick, incluso la polémica imagen del feto al final de la película podremos seguir criticándola con más información si leemos la novela.
También es destacable el relato “El centinela”, que debería servir como pórtico imprescindible de esta Odisea Espacial, no se entiende por qué no se edita conjuntamente con la novela o bien con el ciclo completo de novelas. Su poesía y capacidad de impacto es mayor si no se sabe nada de lo que vino despúes, pero ahora eso ya es imposible, así que tiene un valor de prólogo ideal. En cuanto a 2001, tampoco se entiende por qué no está más valorada. De su autor siempre se cita más que ninguna otra la novela El fin de la infancia (1953), realmente magnífica pero ni mucho menos tan rica y elevada, o Cita con Rama (1973), más descriptiva y algo dura de leer; sin embargo, 2001: Una odisea del espacio (1968) no sólo es la novela por la que deberíamos empezar a leer a Arthur C. Clarke, sino que, de acuerdo con la redacción de Jot Down, es la novela con la que deberíamos empezar a leer ciencia ficción moderna.
me lo compré por la fama de la peli por supuesto y por ser fan, pero se que es una muy buena obra... ahora tengo mas ganas de leerla todavía... este autor siempre estuvo dos pasos detrás de gente como Asimov y Bradbury por ejemplo...
ResponderEliminarde Kubrick nada ya se puede decir de su genio... de otro planeta je... saludos...
Después de leer tu reseña, me he animado a volver a ingresar en este mundo de "2001", por el que nunca había sentido ninguna debilidad, ya que lo que conocía de él (la película) siempre me ha parecido excesivamente sobredimensionado. Es probable que en esta ocasión me haya gustado más que nunca (la película, de nuevo), si bien no dejan de fastidiarme sus defectos (sobre los que ya hablaré en otro lugar). A continuación, me he leído la novela de Clarke, autor del que conocía la estimable "El fin de la infancia". Es evidente que el libro no deja la impresión de ejercicio intelectual que impregna la película, como también lo es que el autor no lo pretende. Miembro de la eminente generación de la "ciencia-ficción dura" que sacó al género del mero pulp en los años 50-60, Clarke da todas las explicaciones que el film no tiene, y no pesan, porque el ánimo es otro. La modestia que respira el libro contrasta con la grandilocuente ambición del film y lo complementa de manera excelente, de tal modo que ver el film y leer a continuación la novela es todo un placer. Y desde luego, teniendo en cuenta la mucho menor distancia entre intenciones y resultados del libro con respecto a la película, es probable que este sea más satisfactoria aunque, indudablemente, mucho menos sugestivo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con lo que dices. Espero con mucho interés tu comentario en lamanodelextanjero.com
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